Al explorar la cuestión de cómo la visión de Pablo del Cristo cósmico afecta la identidad y la ética cristianas, profundizamos en las profundidades de la carta del Apóstol Pablo a los Colosenses. Esta epístola, aunque breve, encapsula una gran visión teológica que no solo eleva a la persona de Cristo, sino que también da forma profunda a la manera en que los creyentes se entienden a sí mismos y su conducta moral en el mundo.
La descripción de Cristo por parte de Pablo en Colosenses es notablemente exaltada y expansiva. En Colosenses 1:15-20, Pablo presenta a Cristo no solo como una figura histórica, sino como la fuerza preeminente en la creación y el universo: "Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas: las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten." Este pasaje es crucial ya que establece a Jesús no solo como un salvador, sino como la figura central a través de la cual todo el cosmos está alineado y sostenido.
Esta visión de Cristo como el soberano cósmico tiene profundas implicaciones para la identidad cristiana. Si Cristo es aquel en quien "todas las cosas subsisten", entonces la identidad de los cristianos está intrínsecamente ligada a su relación con Cristo. Los creyentes no son meramente seguidores de un líder religioso; son parte de una nueva creación (2 Corintios 5:17), fundamentalmente conectados al orden cósmico que Cristo mismo sostiene.
Entender a Cristo como el gobernante cósmico que reconcilia "todas las cosas" consigo mismo (Colosenses 1:20), ya sea en la tierra o en el cielo, haciendo la paz mediante su sangre derramada en la cruz, invita a una reorientación radical de la identidad. Los cristianos están llamados a verse a sí mismos como parte de un plan divino integral que abarca todo el universo. Esta identidad trasciende categorías nacionales, étnicas o cualquier otra categoría terrenal. En Colosenses 3:11, Pablo enfatiza esto, diciendo: "Aquí no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo ni libre, sino que Cristo es todo y en todos."
Tal visión fomenta un sentido de unidad y solidaridad entre los creyentes, arraigado en la supremacía y el señorío todo abarcante de Cristo. Desafía a los cristianos a elevarse por encima de las divisiones y parcialidades, promoviendo una identidad holística centrada en Cristo. Esta identidad no es pasiva, sino que llama a una participación activa en la vida de Cristo y su señorío universal.
Las implicaciones éticas del Cristo cósmico de Pablo son igualmente profundas. Si Cristo es el sustentador de todas las cosas y el reconciliador del universo, la ética cristiana está inherentemente orientada hacia la reconciliación, la paz y el amor universal. No es una ética de mero moralismo, sino una ética derivada de la misma naturaleza del cosmos sostenido en Cristo.
En Colosenses 3:12-14, Pablo describe las virtudes que deben caracterizar a aquellos que han sido escogidos por Dios, santos y amados: "Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, vístanse de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Sopórtense unos a otros y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Perdona como el Señor te perdonó. Y sobre todas estas virtudes, vístanse de amor, que las une a todas en perfecta unidad." Este pasaje no solo llama a un comportamiento ético reflejo del carácter de Cristo, sino que también enfatiza que tales virtudes son las que unen a la comunidad en "perfecta unidad."
El tema del Cristo cósmico también desafía a los cristianos a comprometerse con el mundo de una manera que refleje la obra reconciliadora de Cristo. Esto incluye esfuerzos hacia la justicia social, la administración ambiental y la pacificación. Estos no son complementos opcionales, sino que son parte integral de vivir una fe que reconoce a Cristo como el gobernante de todas las cosas. Los cristianos son, por lo tanto, agentes de reconciliación, encargados del ministerio de hacer la paz en cada esfera de la vida como embajadores del Cristo cósmico.
En términos prácticos, abrazar al Cristo cósmico significa que los cristianos están llamados a una vida que refleje el amor abnegado de Cristo, quien, siendo en naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo cual aferrarse (Filipenses 2:6-7). Esta humildad y abnegación deben caracterizar la ética y la identidad cristianas. Desafía las narrativas culturales predominantes de poder, dominio e interés propio, proponiendo en su lugar una comunidad que busca el bien común, sirve a los menos favorecidos y ama expansivamente.
Además, la perspectiva cósmica de Cristo obliga a los cristianos a mirar más allá de lo inmediato y lo temporal. Fomenta una mentalidad de administración que reconoce la sacralidad de toda la creación y la interconexión de toda la vida. Esta visión más amplia ayuda a cultivar prácticas que son sostenibles y que honran al Creador al cuidar de la creación.
En resumen, la visión de Pablo del Cristo cósmico en Colosenses da forma profunda a la identidad y la ética cristianas. Pinta una imagen de Cristo que trasciende las fronteras tradicionales, posicionándolo como la figura central en el orden moral y físico del universo. Para los creyentes, esta visión exige una redefinición de la autoidentidad que se alinea con el señorío universal de Cristo y un marco ético que promueve la reconciliación, la paz y el amor universal. Como seguidores modernos de Cristo, abrazar esta perspectiva cósmica fomenta una fe que es activa, inclusiva y profundamente conectada con la creación más amplia, todo sostenido por el mismo Cristo.