Colosenses 3:1-4 es un pasaje profundo en el Nuevo Testamento que habla directamente al corazón de la vida cristiana y la transformación que ocurre cuando uno se convierte en seguidor de Cristo. Este pasaje sirve como un faro, guiando a los creyentes a enfocar sus prioridades de una manera que se alinee con su identidad en Cristo. El apóstol Pablo, en su carta a los colosenses, escribe:
"Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria" (Colosenses 3:1-4, ESV).
En el corazón de estos versículos está el poder transformador de la resurrección de Jesucristo y la participación del creyente en ella. Pablo comienza con una declaración condicional, "Si habéis resucitado con Cristo", lo que implica que ser resucitado con Cristo no es solo un concepto teológico abstracto, sino una realidad vivida para los cristianos. Esta resurrección es tanto un despertar espiritual como un llamado a una nueva forma de vida.
El primer imperativo que Pablo da es "buscad las cosas de arriba". Esta directiva no se trata meramente de un anhelo pasivo o una mirada ocasional hacia las realidades celestiales, sino de una búsqueda activa y continua. La palabra griega utilizada aquí para "buscar" (ζητέω) connota una búsqueda diligente o esfuerzo. Sugiere que los cristianos deben orientar sus vidas hacia los valores y prioridades del Reino de Dios. Esta búsqueda implica una reorientación de los deseos, ambiciones y metas de uno para alinearse con la voluntad y los propósitos de Dios.
Pablo instruye además a los creyentes a "poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra". Esto es un llamado a un cambio radical de perspectiva. La mente, en términos bíblicos, abarca no solo el pensamiento intelectual sino también el asiento de las emociones y la voluntad. Poner la mente en las cosas celestiales significa cultivar una mentalidad que esté moldeada por las verdades de la Palabra de Dios y el carácter de Cristo. Implica un esfuerzo consciente por habitar en lo que es eterno y piadoso, en lugar de ser consumido por las preocupaciones transitorias y a menudo distrayentes de este mundo.
La razón de este enfoque celestial está enraizada en la identidad y unión del creyente con Cristo. Pablo recuerda a los colosenses: "Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios". Esta muerte es una muerte espiritual al viejo yo, simbolizada por el bautismo, y significa una ruptura con el dominio del pecado y los valores mundanos. La nueva vida del creyente ahora está "escondida con Cristo en Dios", lo que indica seguridad, intimidad e identificación con Cristo. Esta vida escondida es tanto una realidad presente como una esperanza futura, ya que Pablo señala la revelación última de esta vida cuando "Cristo, vuestra vida, se manifieste".
Comprender esta identidad en Cristo debería influir profundamente en el enfoque y las prioridades de un cristiano. Significa que la lealtad principal de uno ya no es a las instituciones terrenales, normas culturales o ambiciones personales, sino a Cristo y Su Reino. Este cambio de enfoque afecta todos los aspectos de la vida, desde las relaciones personales y las elecciones de carrera hasta cómo se usa el tiempo y los recursos.
En términos prácticos, poner la mente en las cosas de arriba puede manifestarse de varias maneras. Implica priorizar el crecimiento y la madurez espiritual, buscando cultivar el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) y encarnar virtudes semejantes a Cristo como el amor, la humildad y la paciencia. Significa participar en la oración regular, el estudio de las Escrituras y la participación en la vida de la comunidad de la iglesia, todo lo cual ayuda a alinear el corazón y la mente de uno con los propósitos de Dios.
Además, este enfoque celestial llama a los cristianos a vivir con una perspectiva eterna. Anima a los creyentes a ver sus pruebas y desafíos a la luz del plan general de Dios y la esperanza de la gloria futura. Como Pablo escribe en otro lugar, "Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2 Corintios 4:17, ESV). Esta perspectiva fomenta la resiliencia y la perseverancia, permitiendo a los cristianos navegar las dificultades de la vida con fe y esperanza.
Además, poner la mente en las cosas de arriba influye en cómo los cristianos se relacionan con el mundo. Llama a una vida de servicio y misión, reflejando el amor y la verdad de Cristo a los demás. Como embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20), los creyentes deben ser sal y luz en el mundo, abogando por la justicia, la misericordia y la compasión. Este enfoque externo no está desvinculado de las preocupaciones terrenales, sino que está profundamente comprometido, buscando llevar los valores del Reino de Dios a los problemas sociales e interacciones personales.
Los escritos de pensadores cristianos a lo largo de la historia reflejan la naturaleza transformadora de este enfoque celestial. C.S. Lewis, en "Mero Cristianismo", habla de la importancia de apuntar al cielo para lograr un verdadero impacto en la tierra, afirmando: "Si lees la historia, encontrarás que los cristianos que más hicieron por el mundo presente fueron precisamente aquellos que más pensaron en el próximo". Esta perspectiva subraya que un enfoque celestial no hace que los creyentes sean irrelevantes para el mundo, sino que los empodera para efectuar un cambio significativo.
En resumen, Colosenses 3:1-4 desafía a los cristianos a alinear su enfoque y prioridades con su identidad en Cristo. Llama a una búsqueda activa de las realidades celestiales, una mentalidad moldeada por verdades eternas y una vida que refleje el carácter y la misión de Jesús. Este pasaje invita a los creyentes a vivir su fe con intencionalidad y propósito, fundamentados en la esperanza y la seguridad de su unión con Cristo. Al hacerlo, no solo experimentan una transformación personal, sino que también se convierten en agentes de la obra redentora de Dios en el mundo.