El quinto capítulo de 1 Corintios es una porción conmovedora e instructiva de las Escrituras que profundiza en los temas de la disciplina eclesiástica, la pureza y la responsabilidad de la comunidad cristiana de mantener estándares morales. Al explorar este capítulo, es esencial comprender el contexto en el que el apóstol Pablo escribió esta carta a la iglesia de Corinto. Corinto era una ciudad bulliciosa y cosmopolita conocida por su laxitud moral y diversas influencias culturales. La iglesia allí enfrentaba numerosos desafíos, incluidos divisiones, inmoralidad y confusión doctrinal. En 1 Corintios 5, Pablo aborda un problema específico de inmoralidad sexual dentro de la iglesia y proporciona orientación sobre cómo manejar tales asuntos de una manera que refleje la santidad de Dios y la integridad de la comunidad cristiana.
El capítulo comienza con Pablo expresando su asombro y consternación ante un informe de inmoralidad sexual entre los creyentes corintios: "De hecho, se informa que hay inmoralidad sexual entre ustedes, y de un tipo que ni siquiera los paganos toleran: un hombre está durmiendo con la esposa de su padre" (1 Corintios 5:1, NVI). Esta situación involucra a un hombre que mantiene una relación sexual con su madrastra, un acto que no solo iba en contra de la ley judía (Levítico 18:8) sino que también era considerado escandaloso por la sociedad pagana circundante. Pablo está asombrado de que tal comportamiento esté ocurriendo dentro de la iglesia y que la congregación aparentemente sea complaciente al respecto.
La principal preocupación de Pablo no es meramente la presencia del pecado, sino la respuesta de la iglesia, o la falta de ella, ante él. Reprende a los corintios por estar "orgullosos" cuando deberían haber estado lamentando el pecado y tomando medidas correctivas (1 Corintios 5:2). Esta respuesta destaca un aspecto esencial de la vida comunitaria cristiana: la necesidad de responsabilidad colectiva y la búsqueda de la santidad. La iglesia está llamada a ser un reflejo de la pureza y justicia de Cristo, y cuando el pecado es tolerado abiertamente, socava el testimonio y la misión de la comunidad.
Para abordar este problema, Pablo instruye a los corintios a "entregar a este hombre a Satanás para la destrucción de la carne, para que su espíritu sea salvo en el día del Señor" (1 Corintios 5:5, NVI). Esta directiva puede sonar dura, pero está enraizada en un propósito redentor. Al remover al individuo de la comunión, la iglesia espera que la experiencia de separación conduzca al arrepentimiento y, en última instancia, a la restauración. El objetivo de la disciplina eclesiástica no es punitivo sino restaurador, con el fin de llevar al pecador de nuevo a una relación correcta con Dios y la comunidad.
Pablo enfatiza aún más la importancia de mantener la pureza de la iglesia usando la metáfora de la levadura en los versículos 6-8. Advierte que "un poco de levadura leuda toda la masa", ilustrando cómo el pecado no controlado puede extenderse y corromper a toda la comunidad. Esta imagen es un llamado a la vigilancia y la acción, instando a los corintios a "deshacerse de la vieja levadura" para que puedan ser una "nueva masa sin levadura" (1 Corintios 5:7, NVI). Pablo conecta este proceso de limpieza con la Pascua, recordándoles que "Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido sacrificado" (1 Corintios 5:7, NVI). Así como los israelitas debían eliminar toda levadura de sus hogares durante la Pascua, los cristianos deben deshacerse del pecado en sus vidas y comunidades a la luz del sacrificio de Cristo.
En los versículos 9-13, Pablo aclara una instrucción previa que había dado sobre asociarse con personas inmorales. Explica que no quiso decir que los creyentes debieran disociarse completamente de los incrédulos que son inmorales, ya que esto requeriría que abandonaran el mundo por completo. En cambio, Pablo está abordando específicamente el problema de asociarse con alguien que afirma ser creyente pero persiste en un comportamiento pecaminoso sin arrepentimiento. Instruye a los corintios a no asociarse con tal persona, ni siquiera a comer con ella, enfatizando la seriedad de mantener la integridad de la comunidad cristiana.
El capítulo concluye con Pablo reiterando la responsabilidad de la iglesia de juzgar a aquellos dentro de su comunión, dejando el juicio de los de afuera a Dios: "¿Qué me importa a mí juzgar a los de afuera? ¿No deben juzgar ustedes a los de adentro? Dios juzgará a los de afuera. 'Expulsen al malvado de entre ustedes'" (1 Corintios 5:12-13, NVI). Esta directiva subraya la distinción entre la iglesia y el mundo y la necesidad de que la iglesia mantenga sus estándares de santidad y responsabilidad.
El mensaje principal de 1 Corintios 5, por lo tanto, es el llamado a la iglesia a ejercer la disciplina de una manera que refleje su compromiso con la santidad y el poder transformador del evangelio. Este capítulo desafía a los creyentes a tomar el pecado en serio, no por un sentido de autojusticia, sino por un deseo de honrar a Dios y proteger la integridad del testimonio cristiano. Nos recuerda que el amor a veces requiere decisiones difíciles y que la verdadera comunidad implica responsabilizarnos unos a otros en la búsqueda de la semejanza a Cristo.
En la aplicación contemporánea, 1 Corintios 5 ofrece valiosas ideas para las iglesias de hoy que enfrentan desafíos similares. Anima a los líderes y congregaciones a abordar los problemas del pecado con sabiduría, gracia y un enfoque en la restauración. También llama a los creyentes a examinar sus propias vidas y comunidades, asegurándose de que reflejen la santidad y el amor de Cristo en un mundo que a menudo difumina las líneas entre el bien y el mal. El capítulo sirve como un recordatorio atemporal de que la iglesia está llamada a ser un faro de luz, distinto y apartado, pero siempre invitando a otros a experimentar la gracia redentora de Dios a través de Jesucristo.