Romanos 4 es un capítulo fundamental en la epístola del apóstol Pablo a los Romanos, donde profundiza en el profundo concepto teológico de la justificación por la fe. Este capítulo es crucial para entender la naturaleza de la fe y la justicia en la doctrina cristiana. Al explorar Romanos 4, vemos a Pablo utilizando hábilmente el ejemplo de Abraham para ilustrar y reforzar el principio de que la justicia viene a través de la fe, no de las obras o la adhesión a la ley. Este mensaje es central en la teología de Pablo y es fundamental para la creencia cristiana.
Pablo comienza Romanos 4 abordando la cuestión de lo que Abraham, el patriarca de la fe judía, descubrió sobre ser justificado ante Dios. Él plantea que si Abraham fue justificado por obras, tendría algo de qué jactarse, pero no ante Dios (Romanos 4:2). Esto prepara el escenario para el argumento de Pablo de que la justificación no puede basarse en el esfuerzo humano o el mérito, sino en la fe. Cita Génesis 15:6, "Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia" (Romanos 4:3), para enfatizar que la justicia de Abraham le fue contada por su fe, no por sus obras.
La noción de que la fe se cuenta como justicia es una desviación radical del pensamiento judío predominante de la época, que ponía un énfasis significativo en la observancia de la ley. Pablo argumenta que si la justicia pudiera lograrse a través de la ley, entonces la fe sería inútil y la promesa nula (Romanos 4:14). En cambio, insiste en que la promesa viene por la fe, para que sea por gracia y pueda ser garantizada a toda la descendencia de Abraham, no solo a los que son de la ley, sino también a los que tienen la fe de Abraham (Romanos 4:16).
Pablo elabora más sobre la idea de la fe distinguiendo entre obras y gracia. En Romanos 4:4-5, explica que cuando una persona trabaja, su salario no se le cuenta como un regalo, sino como una obligación. Sin embargo, al que no trabaja, sino que confía en Dios que justifica al impío, su fe se le cuenta como justicia. Esta distinción subraya la naturaleza no ganada de la gracia y la futilidad de confiar en los esfuerzos humanos para la justificación.
Para fortalecer su argumento, Pablo hace referencia a David, otra figura venerada en la historia judía, citando el Salmo 32:1-2. David habla de la bienaventuranza de la persona cuyos pecados son perdonados y cuyas transgresiones son cubiertas, destacando la alegría y la libertad que provienen de ser justificado por la fe aparte de las obras. Esta inclusión de David sirve para reforzar la continuidad del mensaje de gracia a lo largo del Antiguo Testamento, mostrando que la justificación por la fe no es un concepto novedoso introducido por Pablo, sino un tema consistente en las Escrituras.
Pablo también aborda el tema de la circuncisión, un signo del pacto entre Dios y Abraham, que era un punto de contención significativo para los cristianos judíos. Señala que Abraham fue declarado justo antes de ser circuncidado, convirtiéndolo así en el padre de todos los que creen sin ser circuncidados, así como de aquellos que son circuncidados pero siguen los pasos de su fe (Romanos 4:9-12). Este argumento desmantela la noción de que los signos físicos o la adhesión a la ley son requisitos previos para la justicia, enfatizando en cambio la primacía de la fe.
En Romanos 4:13-15, Pablo discute la promesa dada a Abraham y sus descendientes. Aclara que la promesa no fue a través de la ley, sino a través de la justicia que viene por la fe. Si los que dependen de la ley son herederos, entonces la fe no significa nada y la promesa no tiene valor, porque la ley trae ira. Esto subraya la idea de que la ley, aunque revela el pecado, no puede ser el medio para obtener la promesa; más bien, es la fe la que desbloquea la promesa de Dios.
El capítulo culmina en una poderosa declaración de la eficacia de la fe. Pablo describe la fe inquebrantable de Abraham en la promesa de Dios de que sería el padre de muchas naciones, a pesar de su avanzada edad y la aparente incapacidad de tener hijos. La fe de Abraham no vaciló por la incredulidad; en cambio, se fortaleció en su fe y dio gloria a Dios, estando plenamente convencido de que Dios tenía el poder para hacer lo que había prometido (Romanos 4:18-21). Esta fe firme se presenta como el modelo para los creyentes, ilustrando que la fe no es meramente un asentimiento intelectual, sino una profunda confianza en las promesas de Dios.
Finalmente, Pablo conecta la fe de Abraham con la experiencia cristiana, afirmando que las palabras "le fue contado" no fueron escritas solo para Abraham, sino también para nosotros, a quienes Dios contará justicia, para nosotros que creemos en Él que resucitó a Jesús nuestro Señor de entre los muertos (Romanos 4:23-24). Esto vincula la fe de Abraham con la fe en Jesucristo, quien fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25). De esta manera, Pablo cierra el círculo narrativo, mostrando que la fe en las promesas de Dios, como lo ejemplificó Abraham, encuentra su cumplimiento último en la fe en la obra redentora de Cristo.
Por lo tanto, Romanos 4 sirve como una profunda exposición sobre la naturaleza de la fe y la justicia. Desafía a los creyentes a reconsiderar la base de su relación con Dios, alejándose de la dependencia de las obras y hacia una fe profunda y constante en las promesas de Dios. Este capítulo no solo afirma la continuidad del plan de salvación de Dios desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, sino que también invita a los creyentes a una comprensión transformadora de la gracia, donde la fe en Cristo se convierte en el único medio de justificación. A través del ejemplo de Abraham, Pablo articula una verdad atemporal que sigue resonando con los cristianos hoy: que la justicia es un regalo de gracia, recibido a través de la fe, y accesible para todos los que creen.