El capítulo 3 de Colosenses se destaca como un segmento profundo en las Epístolas Paulinas, ofreciendo ricas ideas teológicas y prácticas para la vida cristiana. Este capítulo puede entenderse como una hoja de ruta para los creyentes que buscan alinear sus vidas con las enseñanzas y el ejemplo de Jesucristo. Escrito por el Apóstol Pablo, este capítulo es parte de su carta a la iglesia en Colosas, abordando tanto cuestiones doctrinales como la conducta cristiana práctica. Vamos a profundizar en las enseñanzas clave del capítulo 3 de Colosenses, explorando su profundidad y relevancia para los creyentes contemporáneos.
Pablo comienza el capítulo 3 de Colosenses instando a los creyentes a poner su mente en las cosas celestiales en lugar de en los asuntos terrenales. Él escribe: "Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (Colosenses 3:1-2, NVI). Esta exhortación está arraigada en el poder transformador de la resurrección de Cristo. Los creyentes, habiendo resucitado espiritualmente con Cristo, están llamados a vivir de una manera que refleje su nueva identidad.
Este enfoque celestial no es un concepto abstracto o místico, sino una orientación práctica de la vida. Implica priorizar los valores espirituales, las verdades eternas y el reino de Dios sobre las preocupaciones temporales y materiales. Este cambio de mentalidad es fundamental para las instrucciones posteriores que Pablo proporciona, ya que reorienta toda la perspectiva y el enfoque de vida del creyente.
Pablo continúa abordando la necesidad de matar la naturaleza terrenal, que incluye comportamientos y actitudes pecaminosas. Él enumera vicios específicos de los que los creyentes deben despojarse: "Hagan morir, pues, todo lo que pertenece a la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, que es idolatría" (Colosenses 3:5, NVI). Este llamado a matar estos aspectos de la naturaleza terrenal es un llamado a una transformación radical. No se trata meramente de una modificación del comportamiento, sino de un cambio profundo e interno que refleje la nueva vida del creyente en Cristo.
La lista de vicios de Pablo es comprensiva, abarcando tanto acciones externas como motivaciones internas. La inmoralidad sexual, la impureza y las bajas pasiones se refieren a acciones y pensamientos pecaminosos relacionados con la sexualidad, mientras que los malos deseos y la avaricia apuntan a problemas más amplios de codicia e idolatría. Al identificar estos pecados específicos, Pablo enfatiza la importancia de la santidad y la pureza en la vida del creyente.
En contraste con el viejo yo, Pablo describe el nuevo yo que los creyentes deben ponerse: "No se mientan unos a otros, ya que se han despojado del viejo yo con sus prácticas y se han revestido del nuevo, el cual se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador" (Colosenses 3:9-10, NVI). Esta imagen de despojarse del viejo yo y revestirse del nuevo yo destaca la naturaleza transformadora de la vida cristiana. Es similar a cambiarse de ropa, significando un cambio completo en identidad y comportamiento.
El nuevo yo se caracteriza por la renovación en el conocimiento y la conformidad a la imagen de Dios. Esta renovación es un proceso continuo, que implica un crecimiento y transformación constantes. No es un evento único, sino un viaje de toda la vida para volverse más como Cristo. Esta transformación se alimenta del conocimiento, específicamente, del conocimiento de Dios y Su voluntad tal como se revela en las Escrituras.
Pablo luego enfatiza la unidad y la igualdad que los creyentes tienen en Cristo: "Aquí no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni escita, esclavo ni libre, sino que Cristo es todo y está en todos" (Colosenses 3:11, NVI). Esta declaración de unidad es revolucionaria, rompiendo las barreras sociales, culturales y étnicas que dividían a las personas en el mundo antiguo. En Cristo, todos los creyentes son iguales, y su identidad principal se encuentra en Él.
Esta enseñanza sobre la unidad es especialmente relevante en un mundo que a menudo está dividido por raza, clase y otras distinciones sociales. La iglesia está llamada a ser una comunidad donde estas distinciones se trascienden, y todos son bienvenidos y valorados como miembros del cuerpo de Cristo. Esta unidad no es meramente un ideal teórico, sino una realidad práctica que debe reflejarse en la vida de la iglesia.
Pablo luego describe las virtudes que deben caracterizar al nuevo yo: "Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Sopórtense unos a otros y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Perdona como el Señor te perdonó. Y sobre todas estas virtudes, revístanse de amor, que las une a todas en perfecta armonía" (Colosenses 3:12-14, NVI).
Estas virtudes son el contrapunto positivo a los vicios enumerados anteriormente. Reflejan el carácter de Cristo y el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). El afecto entrañable, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia son virtudes relacionales que fomentan la armonía y la unidad dentro de la comunidad cristiana. El perdón se destaca como un aspecto central de la vida cristiana, reflejando el perdón que los creyentes han recibido de Cristo.
El amor se presenta como la virtud suprema que une a todas las demás. Es el fundamento y el pegamento que mantiene unida a la comunidad cristiana. Sin amor, las otras virtudes pierden su significado y efectividad. El amor es la marca definitoria de un verdadero seguidor de Cristo (Juan 13:35).
Pablo continúa exhortando a los creyentes a dejar que la paz de Cristo gobierne en sus corazones: "Que la paz de Cristo gobierne en sus corazones, ya que como miembros de un solo cuerpo fueron llamados a la paz. Y sean agradecidos" (Colosenses 3:15, NVI). La paz de Cristo no es meramente la ausencia de conflicto, sino un sentido profundo y duradero de bienestar y armonía que proviene de estar reconciliado con Dios y con los demás.
Esta paz debe "gobernar" en los corazones de los creyentes, actuando como un árbitro que guía sus decisiones y relaciones. Es una paz que trasciende las circunstancias y está arraigada en la relación del creyente con Cristo. La gratitud está estrechamente vinculada a esta paz, ya que un corazón agradecido es un corazón que reconoce y aprecia las bendiciones y la fidelidad de Dios.
Pablo también enfatiza la importancia de la Palabra de Cristo: "Que el mensaje de Cristo habite ricamente entre ustedes mientras se enseñan y se amonestan unos a otros con toda sabiduría a través de salmos, himnos y canciones del Espíritu, cantando a Dios con gratitud en sus corazones" (Colosenses 3:16, NVI). La Palabra de Cristo se refiere a las enseñanzas de Jesús y al mensaje del evangelio. Debe habitar ricamente entre los creyentes, moldeando sus pensamientos, actitudes y acciones.
Enseñarse y amonestarse unos a otros con sabiduría es un aspecto esencial de la comunidad cristiana. Implica el aliento y la corrección mutuos, basados en la verdad de la Palabra de Dios. La adoración, expresada a través de salmos, himnos y canciones espirituales, es una parte vital de esta vida comunitaria, fomentando un espíritu de gratitud y alabanza.
Pablo concluye esta sección con una exhortación integral: "Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él" (Colosenses 3:17, NVI). Este versículo encapsula la esencia de la vida cristiana. Cada aspecto de la vida, ya sea en palabras o acciones, debe hacerse en el nombre del Señor Jesús. Esto significa vivir de una manera que honre y represente a Él, reflejando Su carácter y valores.
Dar gracias a Dios Padre por medio de Jesús es un tema recurrente en este capítulo. La gratitud es una característica distintiva de la vida cristiana, reconociendo la gracia y la soberanía de Dios en todas las circunstancias. Es una actitud que transforma cómo los creyentes abordan la vida y las relaciones, fomentando un espíritu de alegría y contentamiento.
En la última parte del capítulo, Pablo aborda relaciones familiares específicas, proporcionando instrucciones prácticas para esposas, maridos, hijos y esclavos. Estas instrucciones están arraigadas en el principio de la sumisión y el respeto mutuos, reflejando el poder transformador del evangelio en cada aspecto de la vida.
"Esposas, sométanse a sus maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amen a sus esposas y no sean duros con ellas. Hijos, obedezcan a sus padres en todo, porque esto agrada al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desanimen" (Colosenses 3:18-21, NVI). Estas instrucciones enfatizan la importancia del amor, el respeto y la armonía dentro de la unidad familiar. Reflejan la sumisión mutua y el amor sacrificial que caracterizan las relaciones cristianas.
Pablo también se dirige a los esclavos y amos, instándolos a tratarse con justicia y respeto: "Esclavos, obedezcan en todo a sus amos terrenales; y háganlo, no solo cuando ellos los estén mirando para ganarse su favor, sino con sinceridad de corazón y reverencia al Señor. Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres" (Colosenses 3:22-23, NVI). Aunque la institución de la esclavitud no se condona, Pablo proporciona principios que promueven la dignidad y la justicia dentro de la estructura social existente.
El capítulo 3 de Colosenses ofrece una guía integral y práctica para la vida cristiana, arraigada en la nueva identidad del creyente en Cristo. Llama a una transformación radical de la mente y el comportamiento, caracterizada por la santidad, el amor, la unidad y la gratitud. Aborda tanto la conducta individual como las relaciones comunitarias, proporcionando una visión de una vida centrada en Cristo que trasciende las barreras culturales y sociales. A medida que los creyentes abrazan estas enseñanzas, reflejan el carácter de Cristo y dan testimonio del poder transformador del evangelio en cada aspecto de la vida.