Romanos 8:18 es un versículo poderoso y profundo que dice: "Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de compararse con la gloria que nos ha de ser revelada" (ESV). Este versículo, escrito por el Apóstol Pablo, encapsula un tema central de la esperanza cristiana y la perseverancia en medio del sufrimiento. Para comprender plenamente su significado, es esencial entender su contexto dentro de la epístola y la narrativa más amplia de las Escrituras.
La carta de Pablo a los Romanos es una obra maestra teológica que aborda la naturaleza del pecado, la salvación, la gracia y la vida de fe. El capítulo 8, en particular, es a menudo visto como una de las secciones más alentadoras y teológicamente ricas del Nuevo Testamento. Comienza con la declaración triunfante de que "ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1, ESV), estableciendo el tono para un discurso sobre la vida en el Espíritu y la esperanza de la gloria futura.
En Romanos 8:18, Pablo está abordando la realidad del sufrimiento en la vida cristiana. Reconoce que los creyentes experimentarán dificultades, pruebas y tribulaciones en esta era presente. Este reconocimiento es crucial porque no ofrece una falsa promesa de una vida sin problemas, sino que prepara a los creyentes para la inevitabilidad del sufrimiento. El propio Pablo no era ajeno al sufrimiento. Su vida estuvo marcada por persecuciones, encarcelamientos, golpizas y muchas otras pruebas (2 Corintios 11:23-28). Sin embargo, a pesar de estas experiencias, escribe con un tono de esperanza y seguridad inquebrantables.
La frase "los sufrimientos de este tiempo presente" abarca todas las formas de sufrimiento que los creyentes pueden soportar. Esto incluye el dolor físico, la angustia emocional, la persecución por la fe y las dificultades generales de vivir en un mundo caído. Pablo no minimiza estos sufrimientos, sino que los pone en perspectiva al compararlos con "la gloria que nos ha de ser revelada". Esta gloria futura se refiere a la redención y restauración últimas que los creyentes experimentarán cuando Cristo regrese. Es el cumplimiento de las promesas de Dios, la erradicación completa del pecado y la muerte, y la inauguración de un nuevo cielo y una nueva tierra (Apocalipsis 21:1-4).
El uso de la palabra "considero" (griego: "logizomai") por parte de Pablo indica una conclusión razonada, una evaluación reflexiva. No está hablando desde un lugar de pensamiento ilusorio, sino desde una profunda convicción basada en su comprensión de las promesas de Dios. Esta convicción está arraigada en la esperanza de la resurrección y la vida eterna, temas que impregnan los escritos de Pablo. En 2 Corintios 4:17, él expresa un sentimiento similar: "Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (ESV). Aquí, Pablo enfatiza que las pruebas de esta vida, aunque reales y dolorosas, son temporales y sirven a un propósito en el plan redentor de Dios.
La "gloria" de la que habla Pablo es multifacética. Incluye la transformación personal de los creyentes a la semejanza de Cristo (1 Juan 3:2), la restauración de toda la creación (Romanos 8:19-21) y la experiencia comunitaria de la presencia de Dios en la nueva creación. Esta gloria no es meramente un retorno a un estado edénico, sino una superación de él, una consumación del propósito original de Dios para la humanidad y la creación. Es una gloria que supera con creces nuestra comprensión e imaginación actuales, una que hará que todos los sufrimientos presentes palidezcan en comparación.
Además de la esperanza escatológica, Romanos 8:18 también ofrece un aliento práctico para los creyentes. Invita a los cristianos a adoptar una perspectiva eterna, a ver sus circunstancias presentes a la luz del plan último de Dios. Esta perspectiva no niega el dolor del sufrimiento, pero proporciona un marco para soportarlo con esperanza. Recuerda a los creyentes que su sufrimiento no es en vano, sino que es parte de una historia más grande que culmina en una gloria inimaginable.
Además, este versículo fomenta un aspecto comunitario de la fe. La "gloria que nos ha de ser revelada" es una esperanza colectiva, un destino compartido para todos los que están en Cristo. Esta dimensión comunitaria es importante porque fomenta la solidaridad y el aliento mutuo entre los creyentes. En tiempos de sufrimiento, la comunidad cristiana está llamada a apoyarse mutuamente, a llevar las cargas unos de otros (Gálatas 6:2) y a recordarse mutuamente la esperanza que está por venir.
Los escritos de los padres de la iglesia primitiva y los teólogos también arrojan luz sobre el significado de este versículo. Agustín, en sus "Confesiones", reflexiona sobre la naturaleza transitoria del sufrimiento terrenal en contraste con el gozo eterno del cielo. De manera similar, Tomás de Aquino, en su "Suma Teológica", discute la visión beatífica: la comunicación directa y última de Dios con la persona individual como el cumplimiento último del anhelo humano y la respuesta a todo sufrimiento.
En la literatura cristiana contemporánea, "El peso de la gloria" de C.S. Lewis ofrece una exploración conmovedora de este tema. Lewis escribe sobre el anhelo humano profundo de algo más allá de este mundo, un anhelo que apunta a nuestro destino último en la presencia de Dios. Argumenta que nuestros sufrimientos y deseos terrenales son señales que nos señalan la realidad mayor del cielo.
En conclusión, Romanos 8:18 es un versículo que encapsula la esperanza cristiana en medio del sufrimiento. Reconoce la realidad de las dificultades presentes, pero las coloca en el contexto de la gloria futura que espera a los creyentes. Esta gloria no es solo una transformación personal, sino también la renovación de toda la creación y la experiencia comunitaria de la presencia de Dios. La convicción razonada de Pablo, basada en las promesas de Dios, ofrece a los creyentes un marco para soportar el sufrimiento con esperanza y seguridad. Invita a los cristianos a adoptar una perspectiva eterna, a apoyarse mutuamente en tiempos de prueba y a mirar con ansiosa anticipación el cumplimiento del plan redentor de Dios.