La Epístola a los Romanos, escrita por el Apóstol Pablo, se erige como un profundo tratado teológico dentro del Nuevo Testamento. Sus capítulos iniciales, Romanos 1 al 4, establecen un marco fundamental para comprender la naturaleza del pecado, la necesidad de la fe y la universalidad de la gracia de Dios. Estos capítulos son significativos porque abordan la condición humana, la justicia de Dios y los medios por los cuales la salvación está disponible para todas las personas, independientemente de sus antecedentes.
Romanos 1 comienza con la introducción de Pablo, donde se identifica a sí mismo como siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol y apartado para el evangelio de Dios (Romanos 1:1). Esta introducción establece su autoridad y misión. Pablo expresa su deseo de visitar Roma y compartir en mutuo aliento con los creyentes allí (Romanos 1:11-12). Sin embargo, es en Romanos 1:16-17 donde Pablo presenta la tesis de su epístola: "Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree: primero al judío, luego al gentil. Porque en el evangelio se revela la justicia de Dios, una justicia que es por fe de principio a fin, tal como está escrito: 'El justo vivirá por la fe.'"
Esta declaración prepara el escenario para la discusión subsiguiente sobre la justicia de Dios y la justificación de la humanidad. Pablo enfatiza que el evangelio es el poder de Dios para salvación a todos los que creen, destacando la inclusividad del mensaje cristiano. La justicia de Dios revelada en el evangelio no se basa en el mérito humano, sino en la fe, haciendo eco de las palabras del profeta Habacuc de que "el justo vivirá por la fe" (Habacuc 2:4).
Desde Romanos 1:18 hasta 3:20, Pablo emprende una exposición de la necesidad universal de salvación de la humanidad. Comienza dirigiéndose a los gentiles, ilustrando cómo la ira de Dios se revela contra toda impiedad e injusticia (Romanos 1:18). Pablo argumenta que las cualidades invisibles de Dios, su eterno poder y naturaleza divina han sido evidentes en la creación, dejando a la humanidad sin excusa por su idolatría e inmoralidad (Romanos 1:20). A pesar de conocer a Dios, las personas no lo honraron como Dios, lo que llevó a pensamientos fútiles y corazones oscurecidos (Romanos 1:21). Esta sección subraya la naturaleza generalizada del pecado y la tendencia humana a adorar la creación en lugar del Creador.
En Romanos 2, Pablo cambia su enfoque a los judíos, quienes podrían haber supuesto que su relación de pacto con Dios los eximía del juicio. Pablo afirma que el juicio de Dios es imparcial y basado en la verdad (Romanos 2:2). Desafía a los judíos a reconocer que poseer la ley o estar circuncidados no garantiza la justicia; más bien, son los hacedores de la ley quienes serán justificados (Romanos 2:13). Este capítulo desmantela cualquier noción de superioridad étnica o religiosa, enfatizando que todos son responsables ante Dios.
Romanos 3:9-20 culmina en una evaluación sobria de la condición de la humanidad: "No hay justo, ni siquiera uno" (Romanos 3:10). Pablo cita extensamente las Escrituras Hebreas para demostrar que tanto judíos como gentiles están bajo el poder del pecado. La ley, explica, nos hace conscientes del pecado pero no puede justificarnos (Romanos 3:20). Esta sección es fundamental para establecer la necesidad universal de la intervención de Dios y prepara el escenario para la revelación de la gracia divina.
En Romanos 3:21-31, Pablo introduce el concepto de justificación por la fe. Declara que aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, de la cual dan testimonio la Ley y los Profetas (Romanos 3:21). Esta justicia se da mediante la fe en Jesucristo a todos los que creen, porque todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:22-23). La justificación se presenta como un regalo de gracia, mediante la redención que vino por Cristo Jesús. Dios presentó a Cristo como un sacrificio de expiación, mediante el derramamiento de su sangre, para ser recibido por fe (Romanos 3:24-25).
Este pasaje es revolucionario en su afirmación de que la justicia no se gana, sino que se recibe por fe. Subraya la centralidad de la muerte sacrificial y resurrección de Jesús en el plan redentor de Dios. Además, afirma la justicia y misericordia de Dios, ya que Él permanece justo mientras justifica a aquellos que tienen fe en Jesús (Romanos 3:26).
Romanos 4 desarrolla estos temas examinando el ejemplo de Abraham, el patriarca de Israel. Pablo argumenta que Abraham fue justificado por la fe, no por las obras, y que esto ocurrió antes de que fuera circuncidado (Romanos 4:1-3). La fe de Abraham le fue contada como justicia, ilustrando que la justificación se basa en la fe, no en la adhesión a la ley (Romanos 4:5). Pablo enfatiza que la promesa a Abraham y sus descendientes no fue a través de la ley, sino a través de la justicia que viene por la fe (Romanos 4:13).
Al resaltar la fe de Abraham, Pablo extiende la promesa de justificación tanto a judíos como a gentiles. Afirma que Abraham es el padre de todos los que creen, ya sean circuncidados o incircuncisos (Romanos 4:11-12). Este capítulo refuerza la idea de que la fe trasciende las fronteras étnicas y culturales, uniendo a todos los creyentes como hijos de Abraham y herederos de la promesa.
La importancia de los capítulos 1 a 4 de Romanos radica en su articulación comprensiva del mensaje del evangelio. Estos capítulos confrontan la realidad del pecado humano y la futilidad de la auto-justificación, dirigiendo a los lectores a la necesidad de la fe en Jesucristo. Pablo desmantela sistemáticamente cualquier dependencia de la identidad étnica, los rituales religiosos o los logros morales como medios para alcanzar la justicia ante Dios. En cambio, presenta la fe como la única vía a través de la cual la justicia de Dios se imputa a los creyentes.
Además, estos capítulos subrayan la inclusividad del evangelio. Pablo se dirige tanto a judíos como a gentiles, demostrando que todos están igualmente necesitados de la gracia de Dios e igualmente capaces de recibirla por fe. Este mensaje fue revolucionario en el contexto del siglo I, donde las divisiones entre judíos y gentiles eran marcadas. Sigue siendo relevante hoy, recordándonos que el evangelio trasciende todas las divisiones humanas y ofrece esperanza a cada individuo.
En resumen, Romanos 1 a 4 sienta las bases para comprender el predicamento humano y la respuesta misericordiosa de Dios. Estos capítulos nos desafían a reconocer nuestra propia pecaminosidad y la insuficiencia de nuestros esfuerzos para alcanzar la justicia. Nos invitan a poner nuestra fe en Jesucristo, quien proporciona los medios para nuestra justificación y reconciliación con Dios. A través de esta fe, nos convertimos en partícipes de la promesa dada a Abraham y receptores del poder transformador del evangelio. Al profundizar en estas verdades profundas, se nos invita a experimentar la profundidad del amor de Dios y la amplitud de Su salvación, ofrecida a todos los que creen.