En el Evangelio de Mateo, la metáfora de ser la "luz del mundo" se destaca prominentemente en el Sermón del Monte de Jesús. Este sermón, que abarca los capítulos 5 al 7, es una de las enseñanzas más conocidas y fundamentales de Jesús, encapsulando los principios centrales de la ética y el discipulado cristianos. El pasaje específico donde Jesús llama a sus seguidores la "luz del mundo" se encuentra en Mateo 5:14-16.
Jesús comienza esta sección del sermón diciendo: "Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse" (Mateo 5:14, NVI). Esta declaración es profunda en su simplicidad y profundidad. Al referirse a sus discípulos como la "luz del mundo", Jesús no solo les está dando un cumplido; les está otorgando una responsabilidad significativa. La luz, en el contexto bíblico, a menudo simboliza pureza, verdad y la presencia de Dios. En el Antiguo Testamento, la luz se asocia con la creación de Dios (Génesis 1:3), su guía (Éxodo 13:21) y su salvación (Isaías 9:2). Por lo tanto, ser llamado la "luz del mundo" es ser llamado a reflejar estos atributos divinos en un mundo a menudo envuelto en oscuridad.
Jesús continúa: "Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en un candelero para que alumbre a todos los que están en la casa" (Mateo 5:15, NVI). Aquí, Jesús usa una imagen común del hogar para ilustrar una verdad espiritual. En tiempos antiguos, las lámparas eran esenciales para proporcionar luz en los hogares después del atardecer. Sería absurdo encender una lámpara y luego cubrirla, ya que esto derrotaría su propósito. De manera similar, los cristianos están llamados a dejar que su luz brille abiertamente y no ocultarla. Esta luz no está destinada a ser escondida, sino a iluminar los alrededores, proporcionando guía, esperanza y verdad a quienes los rodean.
En el versículo final de este pasaje, Jesús instruye: "Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver sus buenas obras y alaben al Padre que está en el cielo" (Mateo 5:16, NVI). Este versículo destaca el propósito de ser la luz del mundo: reflejar la gloria de Dios a través de nuestras acciones. El énfasis no está en atraer atención hacia nosotros mismos, sino en dirigir esa atención a Dios. Nuestras buenas obras, actos de bondad, justicia, misericordia y amor, deben servir como testimonio del poder transformador de Dios en nuestras vidas. Cuando otros ven estas obras, se les anima a reconocer y glorificar a Dios.
El concepto de ser la luz del mundo no se limita a este pasaje en Mateo. Es un tema recurrente en todo el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Juan 8:12, Jesús declara: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (NVI). Aquí, Jesús se identifica a sí mismo como la fuente última de luz, y por extensión, sus seguidores están llamados a reflejar su luz. Esta conexión subraya la idea de que nuestra capacidad para ser la luz del mundo está arraigada en nuestra relación con Jesús. A medida que nos acercamos a Él y permitimos que su luz brille a través de nosotros, nos convertimos en portadores efectivos de esa luz para los demás.
El apóstol Pablo también toca este tema en sus cartas. En Efesios 5:8, escribe: "Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz" (NVI). Pablo está recordando a los creyentes su transformación a través de Cristo. Antes de conocer a Cristo, estaban en oscuridad, pero ahora, habiendo recibido su luz, están llamados a vivir en consecuencia. Esta transformación es tanto un privilegio como una responsabilidad. Llama a un estilo de vida que refleje los valores y enseñanzas de Jesús.
Además, en Filipenses 2:15, Pablo anima a los creyentes a "brillar entre ellos como estrellas en el cielo" (NVI). Esta imagen de estrellas brillando en el cielo nocturno refuerza la idea de que los cristianos deben destacarse en un mundo que a menudo puede ser moral y espiritualmente oscuro. Nuestra distintividad debe ser evidente en nuestra conducta, habla y actitudes, todo lo cual debe señalar a otros la esperanza y la verdad que se encuentran en Cristo.
La metáfora de la luz también se explora en varios escritos e himnos cristianos. Por ejemplo, John Wesley, el fundador del metodismo, enfatizó la importancia de la santidad y la vida recta como una forma de reflejar la luz de Dios. En su sermón "El carácter de un metodista", Wesley escribe: "Un metodista es alguien que tiene 'el amor de Dios derramado en su corazón por el Espíritu Santo que le ha sido dado'; alguien que 'ama al Señor su Dios con todo su corazón, y con toda su alma, y con toda su mente, y con todas sus fuerzas.'" Este amor por Dios, argumenta Wesley, se traduce naturalmente en una vida que brilla intensamente con buenas obras y carácter piadoso.
De manera similar, el himno "Esta pequeña luz mía", a menudo cantado en las escuelas dominicales y en las iglesias, captura la esencia de esta enseñanza. La letra, "Esta pequeña luz mía, voy a dejarla brillar", hace eco del llamado a dejar que nuestra luz brille ante los demás. Aunque simple, la canción encapsula una verdad profunda: cada creyente, independientemente de su edad o estatus, tiene la capacidad de brillar y hacer una diferencia en el mundo.
En términos prácticos, ser la luz del mundo implica varios aspectos clave. Primero, requiere un compromiso intencional de vivir de acuerdo con las enseñanzas de Jesús. Esto significa encarnar las Bienaventuranzas (Mateo 5:3-12), amar a nuestros vecinos como a nosotros mismos (Mateo 22:39) y esforzarse por la justicia y la rectitud (Mateo 6:33). Segundo, implica involucrarse con el mundo que nos rodea de maneras significativas. Esto podría ser a través de actos de servicio, defensa de los marginados, o simplemente siendo una fuente de aliento y esperanza en nuestras interacciones diarias.
Además, ser la luz del mundo requiere una dependencia del Espíritu Santo. Como humanos, somos limitados e imperfectos. Sin embargo, a través del empoderamiento del Espíritu Santo, podemos reflejar la luz de Dios de manera más efectiva. El Espíritu nos guía, nos convence de pecado y nos equipa con dones espirituales para servir a los demás (Gálatas 5:22-23).
En conclusión, el llamado a ser la luz del mundo, tal como lo articuló Jesús en Mateo 5:14-16, es un llamado a vivir nuestra fe de manera visible e impactante. Es un llamado a reflejar el carácter y el amor de Dios en un mundo que lo necesita desesperadamente. A medida que abrazamos este llamado, nos convertimos en faros de esperanza, verdad y amor, guiando a otros hacia la fuente última de luz: Jesucristo mismo.