En el Evangelio de Mateo, Jesús entrega un mensaje sorprendente y sobrio en el Sermón del Monte. Este mensaje, que se encuentra en Mateo 7:21-23, incluye la frase: "Apartaos de mí, nunca os conocí." Para entender por qué Jesús diría tal cosa, debemos profundizar en el contexto, las implicaciones teológicas y la narrativa más amplia del Nuevo Testamento.
El Sermón del Monte (Mateo 5-7) es uno de los discursos más completos de Jesús, que abarca una amplia gama de enseñanzas éticas y espirituales. En Mateo 7:21-23, Jesús aborda el tema del verdadero discipulado. Él dice:
"No todo el que me dice: 'Señor, Señor,' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. En aquel día muchos me dirán: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?' Y entonces les declararé: 'Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.'"
La clave para entender este pasaje radica en distinguir entre la fe superficial y una relación genuina con Jesús. Los individuos a los que Jesús se refiere son aquellos que profesan fe externamente e incluso realizan actos milagrosos en Su nombre. Sin embargo, a pesar de sus acciones externas, Jesús declara que nunca los conoció. Esto indica que su relación con Él no era auténtica.
Jesús enfatiza la importancia de hacer la voluntad del Padre. La voluntad del Padre, como se revela a lo largo de los Evangelios, implica amar a Dios y amar a los demás (Mateo 22:37-40), buscar primero el reino de Dios (Mateo 6:33) y vivir una vida marcada por la humildad, el arrepentimiento y la obediencia. El mero reconocimiento verbal de Jesús como "Señor" es insuficiente; lo que importa es un corazón transformado por el Espíritu Santo, resultando en una vida que refleje el carácter y las prioridades de Dios.
El verdadero discipulado no se trata solo de acciones externas, sino de una transformación interna que lleva a una vida alineada con la voluntad de Dios. La declaración de Jesús, "Nunca os conocí," subraya el aspecto relacional de la fe. Ser "conocido" por Jesús implica una relación íntima y personal con Él. Esta relación se caracteriza por una comunicación continua, confianza y obediencia.
El apóstol Pablo refleja este sentimiento en su carta a los Gálatas, donde contrasta las obras de la carne con el fruto del Espíritu (Gálatas 5:19-23). Aquellos que pertenecen a Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos y viven por el Espíritu. Esta transformación es evidencia de una verdadera relación con Jesús.
Otro aspecto crítico de este pasaje es el peligro del autoengaño. Los individuos a los que Jesús se dirige están seguros de su posición ante Él, citando sus obras milagrosas como evidencia de su fe. Sin embargo, su confianza está mal ubicada. Esto sirve como una advertencia de que es posible estar involucrado en actividades religiosas y, sin embargo, estar lejos de Dios en el corazón.
La parábola de Jesús sobre las ovejas y los cabritos en Mateo 25:31-46 ilustra aún más este punto. En esta parábola, ambos grupos se sorprenden por el juicio de Jesús. Las ovejas, que heredan el reino, son elogiadas por sus actos de bondad y misericordia, que realizaron sin buscar reconocimiento. Los cabritos, por otro lado, son condenados por su falta de acción, a pesar de su aparente afiliación religiosa.
La relación entre la fe y las obras es un tema recurrente en el Nuevo Testamento. Santiago, el hermano de Jesús, aborda este tema en su epístola, afirmando que la fe sin obras está muerta (Santiago 2:14-26). La fe genuina inevitablemente produce buenas obras, no como un medio para ganar la salvación, sino como una manifestación natural de un corazón transformado.
La advertencia de Jesús en Mateo 7:21-23 no es un llamado al legalismo, sino un llamado a una fe auténtica que se manifiesta en la obediencia a la voluntad de Dios. El apóstol Pablo, en su carta a los Efesios, enfatiza que somos salvos por gracia mediante la fe, no por obras, pero somos creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las hagamos (Efesios 2:8-10).
Aunque las palabras de Jesús en Mateo 7:21-23 son ciertamente sobrias, no están destinadas a llevar a los creyentes a un estado de duda perpetua sobre su salvación. En cambio, sirven como un llamado a examinar la autenticidad de la fe de uno. El apóstol Juan proporciona seguridad a los creyentes en su primera epístola, afirmando que aquellos que creen en el nombre del Hijo de Dios pueden saber que tienen vida eterna (1 Juan 5:13).
Juan también enfatiza la importancia de permanecer en Cristo. En Juan 15, Jesús usa la metáfora de la vid y los sarmientos para ilustrar la necesidad de permanecer conectados a Él. Aquellos que permanecen en Cristo darán mucho fruto, mientras que aquellos que no lo hacen serán desechados. Esta relación de permanencia se caracteriza por el amor, la obediencia y la presencia del Espíritu Santo.
La advertencia de Jesús en Mateo 7:21-23 llama a la autoexaminación. El apóstol Pablo anima a los creyentes a examinarse a sí mismos para ver si están en la fe (2 Corintios 13:5). Esta examinación no se trata de alcanzar la perfección, sino de asegurar que la fe de uno sea genuina y que la vida de uno refleje el poder transformador del evangelio.
En términos prácticos, esto significa evaluar las motivaciones, acciones y relación con Dios. ¿Estamos buscando hacer la voluntad de Dios por amor a Él, o simplemente estamos cumpliendo con las formalidades? ¿Nuestras vidas están marcadas por el fruto del Espíritu, o estamos viviendo de una manera que contradice nuestra fe profesada?
En última instancia, el mensaje de Mateo 7:21-23 debe llevarnos a una mayor dependencia de la gracia de Dios. Ninguno de nosotros puede alcanzar el estándar de obediencia perfecta por nuestra cuenta. Es solo a través de la gracia de Dios, dada a nosotros en Jesucristo, que podemos ser transformados y capacitados para vivir de acuerdo con Su voluntad.
La advertencia de Jesús es un llamado a la humildad, el arrepentimiento y un compromiso renovado de seguirlo de todo corazón. Es un recordatorio de que el verdadero discipulado implica más que acciones externas; requiere un corazón rendido a Dios y una vida vivida en relación íntima con Él.
En resumen, la declaración de Jesús, "Apartaos de mí, nunca os conocí," sirve como un recordatorio sobrio de la importancia de la fe genuina y el verdadero discipulado. Nos desafía a ir más allá de las actividades religiosas superficiales y a buscar una relación profunda y permanente con Jesús. Al examinar nuestros corazones, buscar hacer la voluntad del Padre y depender de la gracia de Dios, podemos asegurar que nuestra fe sea auténtica y que realmente seamos conocidos por Él.