El Evangelio de Juan, uno de los cuatro evangelios canónicos del Nuevo Testamento, ofrece una representación única y profunda de Jesucristo, enfatizando Su divinidad y las profundas implicaciones teológicas de Su ministerio. Uno de los temas recurrentes en el Evangelio de Juan es la creciente tensión entre Jesús y los líderes religiosos judíos, culminando en varios casos en los que intentaron apedrearlo. Entender por qué los judíos querían apedrear a Jesús requiere un examen cuidadoso de las narrativas específicas en el Evangelio de Juan, las afirmaciones teológicas que hizo Jesús y el contexto cultural y religioso del judaísmo del primer siglo.
En Juan 8:58-59, encontramos uno de los momentos más significativos de conflicto:
"Jesús les dijo: 'De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.' Entonces tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo." (ESV)
Este pasaje es crucial porque Jesús hace una declaración profunda sobre Su identidad. Al decir "antes que Abraham fuese, yo soy", Jesús no solo está reclamando preexistencia; está invocando el nombre divino revelado a Moisés en Éxodo 3:14, donde Dios dice: "YO SOY EL QUE SOY." Este nombre, "YO SOY", es sagrado y está exclusivamente asociado con Yahvé, el Dios de Israel. Para la audiencia judía, esta declaración no era menos que una blasfemia, ya que equiparaba a Jesús con Dios mismo. Según Levítico 24:16, la blasfemia era un delito capital castigado con la lapidación:
"Cualquiera que blasfeme el nombre del SEÑOR será condenado a muerte. Toda la congregación lo apedreará."
Así, la reacción de los judíos de apedrear a Jesús se basaba en su percepción de que estaba cometiendo blasfemia al reclamar ser Dios.
Otro caso crucial ocurre en Juan 10:30-33:
"Yo y el Padre uno somos." Los judíos tomaron piedras otra vez para apedrearlo. Jesús les respondió: 'Os he mostrado muchas buenas obras del Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?' Los judíos le respondieron: 'No te apedreamos por una buena obra, sino por blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios.'"
Aquí, la afirmación de Jesús de unidad con el Padre solidifica aún más la creencia entre los líderes judíos de que estaba afirmando Su divinidad. El concepto de la Trinidad, que los cristianos entienden como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo siendo un solo Dios en tres personas, no formaba parte de la teología judía. Por lo tanto, la declaración de Jesús fue percibida como un desafío directo a la base monoteísta del judaísmo.
El Evangelio de Juan también destaca otra dimensión del conflicto: la amenaza que Jesús representaba para el orden religioso y social. En Juan 11:47-53, después de que Jesús resucita a Lázaro de entre los muertos, los líderes judíos convocan un consejo:
"Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el consejo y dijeron: '¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si lo dejamos así, todos creerán en él, y los romanos vendrán y quitarán nuestro lugar y nuestra nación.' Pero uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote ese año, les dijo: 'Vosotros no sabéis nada. Ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.'"
El milagro de resucitar a Lázaro fue una señal poderosa que muchas personas interpretaron como prueba de la autoridad divina de Jesús. Sin embargo, los líderes religiosos estaban preocupados de que la creciente popularidad de Jesús pudiera incitar un movimiento mesiánico, lo que podría provocar una respuesta severa de las autoridades romanas, poniendo en peligro su estatus político y religioso. La declaración de Caifás revela una decisión pragmática, aunque moralmente cuestionable, de eliminar a Jesús para preservar la nación y sus propias posiciones de poder.
Además de estos incidentes específicos, el contexto más amplio de las enseñanzas y acciones de Jesús también contribuyó a la animosidad. Jesús frecuentemente desafiaba las interpretaciones de la Ley y las prácticas de los líderes religiosos. Por ejemplo, en Juan 2:13-22, Jesús limpia el templo, expulsando a los cambistas y comerciantes:
"Y haciendo un látigo de cuerdas, los echó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes. Y derramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas. Y a los que vendían palomas les dijo: 'Quitad esto de aquí; no hagáis de la casa de mi Padre una casa de comercio.'"
Este acto fue una afrenta directa a las autoridades del templo y sus intereses económicos. Además, la afirmación de Jesús de que el templo era la "casa de su Padre" implicaba aún más su relación única con Dios, lo cual los líderes religiosos encontraban intolerable.
Además, las enseñanzas de Jesús a menudo exponían la hipocresía y el legalismo de los líderes religiosos. En Juan 5:39-40, Jesús critica su dependencia en las Escrituras sin reconocerlo a Él como el cumplimiento de esas Escrituras:
"Escudriñáis las Escrituras porque pensáis que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí, y no queréis venir a mí para que tengáis vida."
Al posicionarse como el cumplimiento de las Escrituras y la fuente de vida eterna, Jesús estaba socavando la autoridad de los líderes religiosos y la comprensión tradicional de la Ley.
Las implicaciones teológicas de las afirmaciones de Jesús, sus milagros y sus confrontaciones con las autoridades religiosas contribuyeron al deseo de apedrearlo. Desde una perspectiva teológica, las afirmaciones de Jesús sobre su identidad eran revolucionarias y radicales. No era meramente un profeta o un maestro; estaba reclamando ser uno con Dios, el Verbo encarnado (Juan 1:1, 14). Esta afirmación era central para la fe cristiana, pero se percibía como herética y blasfema dentro del marco judío de la época.
Además de las razones teológicas y religiosas, también había factores sociopolíticos en juego. La ocupación romana de Judea creó un delicado equilibrio de poder, con los líderes judíos manteniendo un grado de autoridad bajo la supervisión romana. Cualquier posible perturbación, como una figura mesiánica popular como Jesús, podría amenazar este equilibrio y provocar una represión por parte de los romanos. Así, el deseo de los líderes judíos de apedrear a Jesús también estaba motivado por una preocupación pragmática por mantener el orden y sus propias posiciones de influencia.
En resumen, los judíos querían apedrear a Jesús en el Evangelio de Juan por varias razones interrelacionadas. Teológicamente, percibían sus afirmaciones de divinidad como blasfemas, violando el principio central del monoteísmo. Religiosamente, las acciones y enseñanzas de Jesús desafiaban la autoridad y las prácticas de los líderes religiosos. Sociopolíticamente, su creciente influencia representaba una amenaza para la frágil estabilidad bajo el dominio romano. Estos factores se combinaron para crear una situación en la que los líderes religiosos veían la lapidación de Jesús como una obligación religiosa y una acción necesaria para preservar su autoridad y la estabilidad de la nación. El Evangelio de Juan, a través de su rica narrativa y profundidad teológica, ofrece una exploración profunda de estas dinámicas, revelando en última instancia la profunda significación de la identidad y misión de Jesús.