Juan 1:10 dice: "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de él, pero el mundo no le conoció" (NVI). Este versículo está cargado de significado teológico y habla mucho sobre la naturaleza de Jesucristo, la percepción humana y la narrativa general del Evangelio de Juan. Para comprender completamente su significado, necesitamos profundizar en el contexto, el idioma griego original y las implicaciones teológicas más amplias.
El Evangelio de Juan comienza con un profundo prólogo que establece la naturaleza divina de Jesucristo, referido como el "Verbo" (Logos). Juan 1:1 declara: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (NVI). Esto prepara el escenario para entender a Jesús no solo como una figura histórica, sino como el ser divino preexistente a través del cual todas las cosas fueron creadas.
Cuando Juan 1:10 dice que "En el mundo estaba", enfatiza la encarnación: el acto de Dios de hacerse humano en la persona de Jesucristo. Esta es una creencia cristiana fundamental, encapsulada en Juan 1:14: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (NVI). La encarnación es un acto de humildad y amor divinos, donde el Creador entra en Su creación.
La frase "y el mundo fue hecho por medio de él" reitera el poder creativo de Jesús. Según Juan 1:3, "Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (NVI). Esto subraya la paradoja de que el mismo mundo que llegó a existir a través de Jesús no lo reconoció cuando Él entró en él. El término "mundo" (griego: kosmos) en este contexto generalmente se refiere a la humanidad y al orden creado, enfatizando la ignorancia colectiva y la ceguera espiritual de las personas.
La palabra griega traducida como "conoció" es "egnō" (ἔγνω), que también puede significar "saber" o "reconocer". Esto no es meramente un reconocimiento intelectual, sino un reconocimiento relacional y espiritual de la verdadera identidad y autoridad de Jesús. A pesar de la evidencia de Su naturaleza divina, milagros, enseñanzas y cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, muchos no lo percibieron como el Mesías o el Hijo de Dios.
Esta falta de reconocimiento puede atribuirse a varios factores:
Ceguera Espiritual: La incapacidad del mundo para reconocer a Jesús a menudo se vincula con la ceguera espiritual. En Juan 3:19-20, está escrito: "Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas" (NVI). El pecado ciega a las personas a la verdad, haciéndolas rechazar la luz de Cristo.
Expectativas Culturales y Religiosas: Los judíos del tiempo de Jesús tenían expectativas específicas de lo que sería el Mesías: un líder político que los liberaría de la opresión romana. El humilde nacimiento de Jesús, su mensaje de amor y perdón, y su eventual crucifixión no se alineaban con estas expectativas. Como resultado, muchos no lo reconocieron como el Mesías esperado. Juan 1:11 elabora más: "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron" (NVI).
Misterio Divino: La encarnación en sí es un misterio profundo. La idea de que el Dios infinito pudiera volverse finito, que el Creador pudiera convertirse en parte de Su creación, está más allá de la comprensión humana. Pablo escribe en 1 Corintios 2:8: "La cual ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria" (NVI). Este misterio estaba oculto para los gobernantes y muchos otros.
Rebelión Humana: En su esencia, la falta de reconocimiento de Jesús también es una manifestación de la rebelión humana contra Dios. Romanos 1:21-23 describe cómo la humanidad, aunque conocía a Dios, ni lo glorificó como a Dios ni le dio gracias. En cambio, sus pensamientos se volvieron vanos y sus corazones insensatos se oscurecieron. Esta rebelión lleva a un rechazo de la revelación de Dios, incluida la revelación última en Jesucristo.
El Evangelio de Juan está lleno de instancias donde la identidad de Jesús es malentendida o rechazada abiertamente. Por ejemplo, en Juan 7:5, incluso sus propios hermanos no creían en Él inicialmente. Los líderes religiosos, que estaban bien versados en las Escrituras, a menudo se oponían a Él y buscaban desacreditarlo. En Juan 8:19, preguntan: "¿Dónde está tu padre?" a lo que Jesús responde: "Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais" (NVI). Esto resalta la profunda desconexión espiritual entre Jesús y aquellos que se suponía que eran los pastores de Israel.
Sin embargo, no todos fallaron en reconocerlo. Juan 1:12 proporciona una esperanza contrastante: "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (NVI). Este versículo subraya el poder transformador de reconocer y aceptar a Jesús. Es una invitación a pasar de la ceguera espiritual a la iluminación espiritual, de la alienación a la adopción en la familia de Dios.
El tema del reconocimiento se desarrolla aún más a lo largo del Evangelio de Juan. Por ejemplo, en Juan 9, Jesús sana a un hombre nacido ciego, y esta sanación física sirve como una metáfora para la iluminación espiritual. El hombre, que una vez fue ciego, llega a reconocer a Jesús como el Hijo del Hombre y lo adora. En contraste, los fariseos, que tienen vista física, permanecen espiritualmente ciegos.
En Juan 10, Jesús se describe a sí mismo como el Buen Pastor, cuyas ovejas reconocen su voz y lo siguen. Esta imagen enfatiza el aspecto relacional del reconocimiento: conocer a Jesús no se trata solo de asentimiento intelectual, sino de una relación profunda y personal.
El reconocimiento último de Jesús viene en su resurrección. En Juan 20, María Magdalena inicialmente no reconoce al Jesús resucitado, confundiéndolo con el jardinero. Solo cuando Jesús la llama por su nombre, ella se da cuenta de quién es. Este encuentro personal la transforma de una doliente a una mensajera de la resurrección.
Juan 1:10 sirve así como un recordatorio conmovedor de la trágica realidad de que muchos no reconocieron a Jesús durante su ministerio terrenal. También nos desafía a examinar nuestros propios corazones y mentes. ¿Estamos espiritualmente ciegos, o reconocemos a Jesús por quien realmente es? El Evangelio de Juan nos invita a ir más allá de una comprensión superficial a una relación profunda y transformadora con Jesucristo, el Verbo hecho carne.
En conclusión, Juan 1:10 encapsula la paradoja de la encarnación: el Creador entrando en Su creación y siendo no reconocido por ella. Esta falta de reconocimiento está arraigada en la ceguera espiritual, las expectativas culturales y religiosas, el misterio de la encarnación y la rebelión humana. Sin embargo, el Evangelio ofrece esperanza de que aquellos que reconocen y reciben a Jesús tienen el derecho de ser hechos hijos de Dios, destacando el poder transformador del verdadero reconocimiento y creencia.