Mateo 7:6, un versículo del Sermón del Monte de Jesús, dice: "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen" (NKJV). Este versículo, en su riqueza metafórica, ofrece una profunda sabiduría sobre el discernimiento y el valor de las enseñanzas sagradas. Para comprender plenamente su significado, debemos examinar el contexto, las metáforas utilizadas y los principios bíblicos más amplios que refleja.
El Sermón del Monte, que se encuentra en los capítulos 5-7 de Mateo, es una de las enseñanzas más completas de Jesús sobre los principios del Reino de Dios. Aborda varios aspectos de la vida justa, incluyendo actitudes, comportamientos y relaciones. Mateo 7:6 viene inmediatamente después de la instrucción de Jesús sobre el juicio: "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mateo 7:1, NKJV). Advierte contra el juicio hipócrita y fomenta la autoexaminación antes de criticar a los demás.
En Mateo 7:6, Jesús usa imágenes vívidas para transmitir su mensaje. Lo "santo" y las "perlas" representan las preciosas y sagradas enseñanzas del Reino de Dios. Los "perros" y los "cerdos" simbolizan a aquellos que son hostiles o indiferentes a estas verdades espirituales.
En el contexto cultural de la época de Jesús, los perros no eran las mascotas domesticadas que conocemos hoy. A menudo se los veía como animales salvajes y carroñeros. En la literatura bíblica, los perros frecuentemente representan impureza y a veces se usan para describir a personas que son impuras o moralmente corruptas (Filipenses 3:2, Apocalipsis 22:15).
De manera similar, los cerdos eran considerados animales impuros según las leyes dietéticas judías (Levítico 11:7). Para una audiencia judía, la imagen de los cerdos evocaría pensamientos de impureza y contaminación. Los cerdos, en esta metáfora, representan a aquellos que no pueden o no quieren apreciar el valor de las verdades espirituales.
La esencia de Mateo 7:6 es el principio del discernimiento. Jesús está enseñando a sus seguidores a ser sabios y discernir sobre cómo y a quién presentan el evangelio y las enseñanzas sagradas. No todos están listos o dispuestos a recibir y apreciar las verdades del Reino de Dios.
Jesús no está abogando por el juicio o la exclusividad, sino por la sabiduría práctica. Así como sería inútil dar ofrendas sagradas a los perros o echar valiosas perlas delante de los cerdos, a menudo es improductivo compartir profundas verdades espirituales con aquellos que son hostiles o desdeñosos. Esto no significa que debamos retener el evangelio de nadie, sino que debemos ser conscientes de la receptividad de nuestra audiencia.
Otra capa de esta enseñanza es sobre proteger lo sagrado. El evangelio y las enseñanzas de Jesús son preciosas y deben ser tratadas con reverencia. Cuando compartimos estas verdades indiscriminadamente con aquellos que las desprecian o ridiculizan, corremos el riesgo de someter lo sagrado al desprecio y al abuso.
El principio del discernimiento se repite a lo largo de la Biblia. En Hechos 13:44-51, Pablo y Bernabé experimentan el rechazo de los judíos en Antioquía y se vuelven hacia los gentiles, reconociendo que su mensaje no estaba siendo recibido. Jesús mismo practicó el discernimiento en su ministerio, a menudo hablando en parábolas para revelar verdades a aquellos que eran espiritualmente receptivos mientras las ocultaba de aquellos que no lo eran (Mateo 13:10-17).
Aunque el discernimiento es crucial, debe equilibrarse con el llamado a la evangelización. Jesús manda a sus seguidores a "ir y hacer discípulos de todas las naciones" (Mateo 28:19, NIV). Esto significa que debemos compartir el evangelio ampliamente y generosamente. Sin embargo, cuando encontramos hostilidad o indiferencia persistente, puede ser sabio redirigir nuestros esfuerzos a audiencias más receptivas, como Jesús instruyó a sus discípulos: "Y cualquiera que no os reciba ni oiga vuestras palabras, al salir de aquella casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies" (Mateo 10:14, NKJV).
Aplicar Mateo 7:6 en nuestro contexto contemporáneo implica varias consideraciones:
Comprender la preparación espiritual de nuestra audiencia es clave. Esto requiere oración, discernimiento y, a veces, prueba y error. Debemos ser sensibles a la guía del Espíritu Santo en nuestras interacciones con los demás.
Debemos abordar la compartición del evangelio con reverencia y respeto por su sacralidad. Esto significa ser reflexivos sobre cómo lo presentamos y a quién, asegurándonos de no someterlo a ridículo o desprecio innecesarios.
Aunque el discernimiento es importante, también lo es la perseverancia. Algunas personas pueden inicialmente rechazar o burlarse del evangelio, pero luego volverse receptivas. No debemos rendirnos fácilmente, sino continuar orando y buscando oportunidades para compartir el amor de Cristo.
En nuestros esfuerzos por testificar, debemos buscar la sabiduría de Dios. Santiago 1:5 promete que si nos falta sabiduría, podemos pedir a Dios, quien da generosamente a todos sin reproche. Esta sabiduría nos ayudará a navegar las complejidades de compartir nuestra fe de una manera que honre a Dios y respete la sacralidad de su mensaje.
Mateo 7:6 es un llamado al discernimiento y la sabiduría en cómo manejamos las sagradas verdades del Reino de Dios. Nos recuerda que, aunque el evangelio es para todos, no todos están listos o dispuestos a recibirlo. Al ser discernientes, protegemos la sacralidad del evangelio y aseguramos que nuestros esfuerzos estén dirigidos hacia aquellos que están abiertos y receptivos. Este equilibrio de discernimiento y evangelización es esencial para un ministerio efectivo y una administración fiel de las preciosas verdades que Cristo nos ha confiado.