En el versículo de apertura del Evangelio de Juan, nos encontramos con una de las declaraciones más profundas y teológicamente ricas de todo el Nuevo Testamento: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1, ESV). Este versículo nos presenta "el Verbo", un título que lleva una inmensa significación y profundidad. Pero, ¿quién es este "Verbo" del que habla Juan, y qué significa?
Para entender quién es "el Verbo", debemos profundizar en el contexto y el lenguaje que usa Juan. El término "Verbo" se traduce del griego "Logos". En el mundo grecorromano del primer siglo, "Logos" era un término que tenía ricas connotaciones filosóficas y religiosas. Para los griegos, "Logos" se refería a la razón o al principio de orden y conocimiento. Para los judíos, "Logos" podía asociarse con el poder creativo y comunicativo de Dios, como se ve en el Antiguo Testamento donde Dios habla y el mundo existe (Génesis 1:3).
Juan, al escribir su Evangelio, es consciente de estos antecedentes y elige deliberadamente "Logos" para revelar una verdad más profunda. Presenta "el Verbo" no meramente como un principio abstracto, sino como una persona. Esta persona es tanto distinta de Dios ("el Verbo era con Dios") como plenamente divina ("el Verbo era Dios"). Esta dualidad es central para la comprensión cristiana de la Trinidad, donde Dios es una esencia en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
A medida que continuamos leyendo Juan 1, queda claro que "el Verbo" no es otro que Jesucristo. Juan 1:14 dice: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (ESV). Aquí, Juan identifica explícitamente "el Verbo" con Jesús, quien tomó la naturaleza humana y vivió entre la humanidad. Esta encarnación es una piedra angular de la fe cristiana, afirmando que Jesús es tanto plenamente Dios como plenamente hombre.
La identificación de Jesús como "el Verbo" tiene profundas implicaciones teológicas. En primer lugar, afirma la preexistencia de Cristo. Antes de que cualquier cosa fuera creada, Jesús existía con Dios y era Dios. Esta preexistencia se refleja en otros escritos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Colosenses 1:17, Pablo escribe: "Él es antes de todas las cosas, y en él todas las cosas subsisten" (ESV). De manera similar, en Hebreos 1:2, se dice que a través del Hijo, Dios hizo el universo.
En segundo lugar, referirse a Jesús como "el Verbo" subraya su papel en la creación y la revelación. Así como la palabra hablada de Dios trajo el universo a la existencia, Jesús, el Verbo divino, es el agente de la creación. Juan 1:3 afirma: "Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (ESV). Esto revela que Jesús no es un ser creado, sino el mismo Creador.
Además, como "el Verbo", Jesús es la revelación última de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios se reveló a través de la Ley, los Profetas y diversas teofanías. Sin embargo, en Jesús, Dios se ha revelado de la manera más completa y personal. Juan 1:18 declara: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (ESV). Jesús, como el Verbo encarnado, hace visible y conocible al Dios invisible para la humanidad.
Este concepto de Jesús como "el Verbo" también enfatiza su papel en la redención. El Verbo hecho carne no se trata solo de revelación, sino también de salvación. Jesús vino al mundo para reconciliar a la humanidad con Dios. A través de su vida, muerte y resurrección, logró la obra de la redención. Juan 3:16, uno de los versículos más conocidos de la Biblia, resume esta verdad: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna" (ESV).
Además, el título "el Verbo" significa la relación íntima entre Jesús y el Padre. Juan 1:1 dice que "el Verbo era con Dios", lo que indica una relación de comunión y unidad. Esta relación se destaca aún más en Juan 17:5, donde Jesús ora: "Y ahora, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera" (ESV). Esta oración revela la relación eterna y gloriosa entre el Padre y el Hijo.
En la teología cristiana, esta comprensión de Jesús como "el Verbo" ha sido fundamental. Los padres de la iglesia primitiva, como Atanasio y Agustín, enfatizaron la divinidad y preexistencia de Cristo en sus escritos. El Credo de Nicea, formulado en el año 325 d.C., confiesa a Jesús como "el Hijo unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los mundos; Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho, de la misma sustancia que el Padre, por quien todas las cosas fueron hechas".
En resumen, "el Verbo" en Juan 1:1 es un título que revela el profundo misterio de Jesucristo. Él es el Logos divino preexistente que creó todas las cosas, reveló a Dios a la humanidad y logró nuestra salvación. Esta revelación nos invita a una comprensión y relación más profunda con Jesús, el Verbo hecho carne. Al contemplar esta verdad, somos atraídos a la admiración y el asombro del plan redentor de Dios, que se centra en Jesucristo, el Verbo eterno.