La reacción de las personas que conocieron a Jesús durante Su ministerio terrenal fue variada y profunda, reflejando el diverso espectro de respuestas humanas a la revelación divina. Los Evangelios proporcionan un rico tapiz de estos encuentros, cada uno revelando diferentes facetas de la identidad y misión de Jesús, así como los corazones de aquellos que lo conocieron. Desde asombro y adoración hasta escepticismo y rechazo, las respuestas a Jesús fueron tan multifacéticas como las personas mismas.
Una de las reacciones más comunes a Jesús fue el asombro y la admiración. La gente a menudo se sorprendía por Su enseñanza autoritativa y Sus hechos milagrosos. En el Evangelio de Marcos, por ejemplo, leemos: "Se asombraban de Su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Marcos 1:22, ESV). Este sentido de asombro es un tema recurrente, ya que las palabras y acciones de Jesús consistentemente desafiaban las expectativas de los líderes religiosos y del pueblo común por igual.
Los milagros de Jesús provocaron reacciones particularmente fuertes. Cuando Jesús sanó al paralítico, la multitud "se asombró y glorificó a Dios, diciendo: '¡Nunca hemos visto algo así!'" (Marcos 2:12, ESV). De manera similar, después de que Jesús calmó la tormenta, Sus discípulos se llenaron de gran temor y se dijeron unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Marcos 4:41, ESV). Estas reacciones de asombro y miedo subrayan el reconocimiento de que Jesús no era un maestro o sanador ordinario; poseía una autoridad divina que exigía una respuesta.
Otra reacción significativa a Jesús fue la de fe. Muchas personas que encontraron a Jesús respondieron con una profunda confianza en Su poder y compasión. La mujer con el flujo de sangre, por ejemplo, creía que si solo tocaba el manto de Jesús, sería sanada. Su fe fue recompensada, y Jesús la elogió, diciendo: "Hija, tu fe te ha sanado; ve en paz y queda sana de tu enfermedad" (Marcos 5:34, ESV). De manera similar, el centurión romano demostró una fe notable cuando le dijo a Jesús que solo necesitaba decir una palabra, y su siervo sería sanado. Jesús se maravilló de su fe y dijo: "En verdad os digo, que en nadie en Israel he hallado tanta fe" (Mateo 8:10, ESV).
Sin embargo, no todas las reacciones a Jesús fueron positivas. Los líderes religiosos, en particular, a menudo respondieron con escepticismo, hostilidad y rechazo absoluto. Se sentían amenazados por la creciente influencia de Jesús y Sus desafíos a su autoridad. En el Evangelio de Juan, vemos la creciente tensión entre Jesús y los líderes judíos, culminando en su complot para matarlo. Juan 11:53 dice: "Así que desde ese día planearon matarlo" (ESV). Su reacción se basaba en una combinación de miedo, celos y una negativa a aceptar la naturaleza radical del mensaje de Jesús.
Incluso entre la población general, hubo quienes rechazaron a Jesús. En Su ciudad natal de Nazaret, la gente se ofendió con Él, diciendo: "¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están Sus hermanas aquí con nosotros?" (Marcos 6:3, ESV). Su familiaridad con los orígenes humanos de Jesús los cegó a Su naturaleza divina, llevando a la incredulidad. Como resultado, "no pudo hacer allí ningún milagro, excepto que sanó a unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su incredulidad" (Marcos 6:5-6, ESV).
La reacción de los discípulos a Jesús también fue compleja y evolucionó con el tiempo. Inicialmente, fueron atraídos por Su llamado convincente y la esperanza de que Él fuera el Mesías prometido. A medida que pasaban más tiempo con Jesús, experimentaron momentos de profunda comprensión y momentos de confusión. La confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16:16, ESV), fue un punto culminante de revelación. Sin embargo, esto fue seguido por la reprensión de Pedro a Jesús cuando habló de Su sufrimiento y muerte inminentes, a lo que Jesús respondió: "¡Apártate de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres" (Mateo 16:23, ESV). Esto ilustra la lucha de los discípulos para comprender completamente la naturaleza de la misión de Jesús.
La reacción última a Jesús quizás se encapsule mejor en los eventos de la Semana Santa. La entrada triunfal en Jerusalén vio a las multitudes gritando: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!" (Mateo 21:9, ESV). Sin embargo, solo unos días después, otra multitud gritaba: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!" (Lucas 23:21, ESV). Este contraste marcado resalta la naturaleza volátil y a menudo superficial de la opinión popular, así como las profundas divisiones que la presencia y el mensaje de Jesús crearon.
En las apariciones post-resurrección, vemos una transformación en las reacciones de los seguidores de Jesús. El miedo y la duda iniciales de los discípulos dieron paso a la alegría y la adoración cuando encontraron al Cristo resucitado. La declaración de Tomás, "¡Señor mío y Dios mío!" (Juan 20:28, ESV), representa la culminación del viaje de la duda a la fe. Los encuentros de los discípulos con el Jesús resucitado los empoderaron para convertirse en testigos valientes, como se ve en los Hechos de los Apóstoles.
A lo largo de la historia cristiana, las reacciones a Jesús han continuado reflejando las registradas en los Evangelios. C.S. Lewis articuló famosamente el trilema de que Jesús debe ser un lunático, un mentiroso o el Señor. Este marco subraya la necesidad de una respuesta decisiva a las afirmaciones de Jesús. En "Mero Cristianismo", Lewis escribe: "Puedes encerrarlo por loco, puedes escupirle y matarlo como a un demonio; o puedes caer a Sus pies y llamarlo Señor y Dios. Pero no vengamos con ninguna tontería condescendiente sobre que Él es un gran maestro humano. No nos ha dejado esa opción. No tenía esa intención".
En conclusión, las reacciones de las personas que conocieron a Jesús fueron tan diversas como los individuos mismos. Desde asombro y fe hasta escepticismo y rechazo, estas respuestas revelan el profundo impacto que Jesús tuvo en aquellos que lo encontraron. Los Evangelios nos invitan a considerar nuestra propia respuesta a Jesús, desafiándonos a ir más allá de la mera admiración o asentimiento intelectual hacia una fe transformadora que lo reconozca como Señor y Salvador.