¿Cuál es el significado de 'Dad al César lo que es del César'?

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La frase "Dad al César lo que es del César" es un dicho bien conocido de Jesús que se encuentra en el Evangelio de Mateo 22:21. Esta declaración ha sido objeto de mucho debate teológico y filosófico a lo largo de los siglos. Para entender completamente su significado, necesitamos considerar el contexto en el que Jesús hizo esta declaración, la narrativa bíblica más amplia y sus implicaciones para los cristianos de hoy.

El contexto de este dicho es crucial. En Mateo 22:15-22, los fariseos y los herodianos, dos grupos con diferentes puntos de vista políticos y religiosos, se unen para atrapar a Jesús con una pregunta sobre el pago de impuestos al emperador romano, César. Preguntan: "¿Es lícito pagar impuestos a César, o no?" (Mateo 22:17, ESV). Esta pregunta era una trampa porque si Jesús respondía "sí", podría ser visto como un apoyo a la opresión romana, lo que lo alienaría del pueblo judío que resentía el dominio romano. Si respondía "no", podría ser acusado de rebelión contra Roma, lo que podría llevar a su arresto.

Jesús, percibiendo su malicia, responde pidiéndoles que le muestren la moneda utilizada para el impuesto. Cuando le traen un denario, pregunta: "¿De quién es esta imagen y esta inscripción?" Ellos responden: "De César". Jesús entonces da su famosa respuesta: "Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios" (Mateo 22:21, ESV).

A primera vista, la respuesta de Jesús parece eludir hábilmente la trampa que le tendieron. Sin embargo, su declaración tiene profundas implicaciones teológicas y éticas que van más allá del contexto inmediato.

Primero, consideremos la frase "Dad al César lo que es del César". Al reconocer la imagen y la inscripción en la moneda, Jesús implícitamente reconoce la legitimidad de la autoridad secular y las obligaciones que conlleva vivir bajo tal autoridad. El apóstol Pablo hace eco de este sentimiento en Romanos 13:1-7, donde escribe que las autoridades gobernantes son instituidas por Dios, y por lo tanto, los cristianos deben estar sujetos a ellas y pagar impuestos. Este reconocimiento no significa que la autoridad secular sea absoluta, pero sí sugiere que los cristianos tienen la responsabilidad de cumplir con sus deberes cívicos, incluyendo pagar impuestos y obedecer las leyes, siempre y cuando estas no entren en conflicto con los mandamientos de Dios.

La segunda parte de la declaración de Jesús, "y a Dios lo que es de Dios", invita a una reflexión más profunda. Mientras que la moneda lleva la imagen de César y por lo tanto le pertenece a él, los seres humanos llevan la imagen de Dios (Génesis 1:27). Por lo tanto, nuestra lealtad última pertenece a Dios. Esto significa que aunque podamos deber ciertos deberes a las autoridades seculares, nuestra lealtad y devoción primarias son para con Dios. Esta doble obligación crea un marco para entender la relación entre la fe y la política, la iglesia y el estado.

La enseñanza de Jesús aquí subraya el principio de la doble ciudadanía para los cristianos. Somos ciudadanos de naciones terrenales, con responsabilidades hacia esas naciones, pero también somos ciudadanos del Reino de Dios, con lealtad última a Dios. Esta doble ciudadanía a menudo requiere discernimiento y sabiduría para navegar situaciones donde las demandas de las autoridades seculares pueden entrar en conflicto con los mandamientos de Dios.

A lo largo de la historia, este principio se ha aplicado de diversas maneras. Por ejemplo, durante la era cristiana temprana, los creyentes enfrentaron persecución por negarse a adorar al emperador romano como un dios, eligiendo en su lugar rendir culto solo a Dios. En tiempos más recientes, figuras como Martin Luther King Jr. han invocado este principio para desafiar leyes y prácticas injustas, argumentando que la desobediencia civil está justificada cuando las leyes seculares entran en conflicto con la justicia divina.

Además, la declaración de Jesús nos llama a considerar lo que significa dar a Dios lo que es de Dios. Esto implica más que solo la observancia religiosa; abarca toda nuestra vida. Nuestro tiempo, talentos, recursos y relaciones deben ser ofrecidos a Dios en servicio y adoración. Como escribe Pablo en Romanos 12:1, debemos presentar nuestros cuerpos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es nuestro culto espiritual.

Esta comprensión holística de dar a Dios lo que es de Dios nos desafía a integrar nuestra fe en todos los aspectos de nuestra vida. Nos llama a buscar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con Dios (Miqueas 6:8). Nos invita a ver nuestro trabajo, relaciones y actividades diarias como oportunidades para honrar a Dios y avanzar en su Reino.

Además, la enseñanza de Jesús aquí habla de la naturaleza de la verdadera autoridad. Mientras que los gobernantes seculares pueden ejercer poder y exigir ciertas obligaciones, la autoridad última pertenece a Dios. Esta perspectiva puede proporcionar consuelo y esperanza, especialmente en tiempos de agitación política u opresión. Nos recuerda que ningún poder terrenal es absoluto, y que la soberanía de Dios trasciende toda autoridad humana.

Además, la respuesta de Jesús a los fariseos y herodianos revela su sabiduría y autoridad. Al convertir su trampa en un momento de enseñanza, demuestra su capacidad para navegar preguntas complejas con gracia y verdad. Esto nos invita a confiar en su sabiduría y buscar su guía en nuestras propias vidas, especialmente cuando enfrentamos decisiones difíciles o dilemas éticos.

En resumen, el significado de "Dad al César lo que es del César" es multifacético y profundo. Reconoce la legitimidad de la autoridad secular y las responsabilidades que conlleva, al tiempo que afirma la soberanía última de Dios y nuestra lealtad primaria a Él. Nos llama a vivir como ciudadanos duales, cumpliendo con nuestros deberes cívicos mientras ofrecemos toda nuestra vida a Dios en adoración y servicio. Esta enseñanza nos desafía a integrar nuestra fe en todos los aspectos de nuestra vida, buscar la justicia y la misericordia, y confiar en la sabiduría y autoridad de Dios. Al hacerlo, honramos tanto nuestra ciudadanía terrenal como celestial, viviendo la plenitud de nuestro llamado como seguidores de Cristo.

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