El Nuevo Testamento está repleto de pasajes que afirman la divinidad de Jesucristo, y una de las formas en que esto se demuestra es a través de las ocasiones en que Jesús acepta adoración. La adoración, en el sentido bíblico, es un acto de reverencia y adoración que solo se debe a Dios. Por lo tanto, la aceptación de la adoración por parte de Jesús es un testimonio profundo de su naturaleza divina. Vamos a explorar varios pasajes clave que ilustran esto.
Uno de los casos más convincentes de Jesús aceptando adoración se encuentra en el Evangelio de Mateo. Después de que Jesús camina sobre el agua y calma la tormenta, los discípulos responden de una manera profundamente significativa:
"Entonces los que estaban en la barca lo adoraron, diciendo: 'Verdaderamente eres el Hijo de Dios'" (Mateo 14:33, ESV).
Aquí, la reacción de los discípulos no es meramente de asombro, sino de adoración. Reconocen la autoridad divina de Jesús sobre la naturaleza, y su adoración es un reconocimiento de su identidad divina. Jesús no los reprende por este acto, aceptando implícitamente su adoración.
Otro momento profundo es el relato del hombre ciego sanado por Jesús en el Evangelio de Juan. Después de ser sanado, el hombre es expulsado por los fariseos, y Jesús lo encuentra:
"Jesús oyó que lo habían expulsado, y encontrándolo le dijo: '¿Crees en el Hijo del Hombre?' Él respondió: '¿Y quién es, Señor, para que crea en él?' Jesús le dijo: 'Lo has visto, y es él quien te está hablando.' Él dijo: 'Señor, creo,' y lo adoró" (Juan 9:35-38, ESV).
La respuesta del hombre a la revelación de Jesús de sí mismo como el Hijo del Hombre es adoración inmediata. Este acto de adoración es significativo porque sigue a una curación milagrosa y una revelación personal de Jesús. Una vez más, Jesús no corrige ni rechaza la adoración del hombre, lo cual sería esperado si Jesús no se considerara digno de tal reverencia.
Las apariciones post-resurrección de Jesús también proporcionan evidencia clara de que Él acepta adoración. En Mateo 28, después de que Jesús ha resucitado de entre los muertos, se aparece a las mujeres cerca de la tumba:
"Y he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: '¡Saludos!' Y ellas se acercaron, abrazaron sus pies y lo adoraron" (Mateo 28:9, ESV).
Esta escena es particularmente conmovedora porque ocurre después de la resurrección, un evento crucial que subraya la victoria de Jesús sobre la muerte y su naturaleza divina. El acto de adoración de las mujeres es una respuesta natural al encuentro con el Señor resucitado, y Jesús lo acepta sin vacilación.
De manera similar, más adelante en el mismo capítulo, Jesús se aparece a sus discípulos:
"Y cuando lo vieron, lo adoraron, pero algunos dudaron" (Mateo 28:17, ESV).
La adoración de los discípulos aquí es nuevamente una respuesta al Cristo resucitado. Aunque algunos dudaron, el acto de adoración por parte de aquellos que creyeron es significativo y es aceptado por Jesús.
En el Evangelio de Lucas, vemos otro caso post-resurrección donde Jesús es adorado. Después de que Jesús asciende al cielo, los discípulos responden de una manera que indica su comprensión de su naturaleza divina:
"Y ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén con gran gozo, y estaban continuamente en el templo alabando a Dios" (Lucas 24:52-53, ESV).
La adoración de los discípulos a Jesús en su ascensión es un claro reconocimiento de su autoridad y señorío divinos. Su gozo y continua alabanza a Dios en el templo subrayan aún más su reconocimiento de la identidad divina de Jesús.
El Evangelio de Juan también proporciona un momento significativo cuando Tomás se encuentra con el Jesús resucitado y responde con una declaración de fe y adoración:
"Tomás le respondió: '¡Señor mío y Dios mío!'" (Juan 20:28, ESV).
La exclamación de Tomás es tanto una confesión del señorío de Jesús como un reconocimiento de su divinidad. La aceptación de Jesús de esta declaración sin corrección ni reprensión es una poderosa afirmación de su estatus divino.
Además de estos relatos evangélicos, el Libro de Apocalipsis ofrece una visión de la adoración celestial dirigida hacia Jesús. Juan describe una escena donde el Cordero, un título para Jesús, es adorado junto con Dios el Padre:
"Y oí a toda criatura en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y a todo lo que hay en ellos, diciendo: 'Al que está sentado en el trono y al Cordero sean la bendición y la honra y la gloria y el poder por los siglos de los siglos.' Y los cuatro seres vivientes dijeron: '¡Amén!' y los ancianos se postraron y adoraron" (Apocalipsis 5:13-14, ESV).
Esta escena es impactante porque coloca a Jesús, el Cordero, en igualdad de condiciones con Dios el Padre al recibir adoración de toda la creación. El acto de los ancianos de postrarse y adorar subraya aún más el estatus divino de Jesús.
La aceptación de la adoración por parte de Jesús a lo largo del Nuevo Testamento es un tema constante que subraya su identidad divina. Estos casos no son meros actos de respeto u honor, sino actos profundos de adoración que reconocen a Jesús como Dios. Para un pastor cristiano no denominacional, estos pasajes son fundamentales para entender y enseñar la divinidad de Cristo. Proporcionan una base bíblica sólida para la adoración de Jesús como Dios, afirmando la doctrina cristiana central de la Trinidad, donde Jesús es co-igual y co-eterno con el Padre y el Espíritu Santo.
En conclusión, el Nuevo Testamento proporciona numerosas ocasiones en las que Jesús acepta adoración, afirmando así su naturaleza divina. Desde los discípulos en la barca, el hombre ciego sanado, las apariciones post-resurrección, hasta la adoración celestial en Apocalipsis, estos actos de adoración son reconocimientos significativos y deliberados de la divinidad de Jesús. Estos pasajes son esenciales para una comprensión integral de quién es Jesús y por qué es digno de adoración.