La súplica es un término que a menudo se encuentra en el contexto de la oración, y comprender su distintividad puede profundizar la práctica espiritual de uno. Para comprender cómo la súplica difiere de otras formas de oración, es esencial primero explorar el panorama más amplio de la oración en sí. La oración, en sus diversas formas, es una comunicación multifacética con Dios, que abarca adoración, confesión, acción de gracias y súplica.
La súplica, derivada de la palabra latina "supplicare", significa rogar humildemente. Esta forma de oración implica pedir a Dios con sinceridad y humildad por necesidades y deseos específicos. Es una súplica sentida, a menudo marcada por un profundo sentido de necesidad personal y dependencia de Dios. El apóstol Pablo, en su carta a los Filipenses, resume la esencia de la súplica:
"No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias" (Filipenses 4:6, NVI).
Aquí, Pablo usa el término "ruego", que es sinónimo de súplica, destacando su papel como una solicitud específica hecha a Dios. Este versículo también subraya la importancia de combinar la súplica con la acción de gracias, reconociendo la fidelidad pasada de Dios incluso mientras presentamos nuestras necesidades actuales.
En contraste, otras formas de oración sirven a diferentes propósitos. La adoración, por ejemplo, es el acto de adorar a Dios por quien Él es. Es una expresión de amor y reverencia, enfocándose en el carácter y los atributos de Dios en lugar de nuestras propias necesidades. Los Salmos están llenos de oraciones de adoración, como:
"Te exaltaré, mi Dios y Rey; por siempre bendeciré tu nombre" (Salmo 145:1, NVI).
La confesión, otra forma de oración, implica reconocer y arrepentirse de nuestros pecados ante Dios. Es un momento de honestidad y vulnerabilidad, buscando el perdón y la purificación de Dios. El apóstol Juan enfatiza esto en su primera epístola:
"Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9, NVI).
La acción de gracias, como su nombre lo sugiere, es el acto de expresar gratitud a Dios. Es un reconocimiento de la bondad y las bendiciones de Dios en nuestras vidas. El salmista captura este sentimiento bellamente:
"Den gracias al Señor, porque él es bueno; su amor es eterno" (Salmo 107:1, NVI).
Mientras que la adoración, la confesión y la acción de gracias se enfocan en la naturaleza de Dios, nuestros pecados y sus bendiciones, respectivamente, la súplica es distinta en su enfoque en nuestras necesidades y deseos. Es una apelación directa a Dios para su intervención en nuestras vidas, ya sea para provisión, sanación, guía o cualquier otra solicitud específica.
Uno de los ejemplos más profundos de súplica en la Biblia se encuentra en la oración de Ana, la madre del profeta Samuel. La súplica ferviente de Ana por un hijo es una ilustración clásica de súplica. En su profunda angustia, oró al Señor, llorando amargamente, e hizo un voto:
"E hizo un voto, diciendo: 'Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva y te acuerdas de mí, y no te olvidas de tu sierva, sino que le das un hijo varón, yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida, y nunca se usará navaja en su cabeza'" (1 Samuel 1:11, NVI).
La oración de Ana fue una súplica sentida, marcada por su profundo anhelo y ferviente ruego por la intervención de Dios. Su oración no fue solo una solicitud casual, sino una petición ferviente y humilde, demostrando la esencia de la súplica.
Jesús mismo modeló la súplica en su vida de oración. En el Jardín de Getsemaní, enfrentando la inminente realidad de su crucifixión, Jesús oró fervientemente:
"Yendo un poco más allá, se postró sobre su rostro y oró: 'Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres'" (Mateo 26:39, NVI).
La oración de Jesús en Getsemaní es un ejemplo conmovedor de súplica. Fue un ruego ferviente por liberación, pero también estuvo marcado por la sumisión a la voluntad del Padre. Este doble aspecto de ruego ferviente y sumisión humilde es una característica distintiva de la verdadera súplica.
En el Nuevo Testamento, la iglesia primitiva también ejemplificó la práctica de la súplica. Cuando Pedro fue encarcelado, la iglesia se reunió para orar fervientemente por su liberación:
"Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel, pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él" (Hechos 12:5, NVI).
Su súplica colectiva fue un ruego poderoso por la intervención de Dios, demostrando el aspecto comunitario de la súplica además de su dimensión personal.
La literatura y la tradición cristianas han reconocido durante mucho tiempo la importancia de la súplica. En su obra clásica, "La práctica de la presencia de Dios", el hermano Lorenzo enfatiza la simplicidad y sinceridad de la oración, incluida la súplica. Él escribe:
"Debemos orar sin cesar, en cada ocurrencia y empleo de nuestras vidas; esa oración que es más bien un hábito de elevar el corazón a Dios, como en un curso continuo de súplica, que un acto particular de devoción."
La perspectiva del hermano Lorenzo destaca la naturaleza continua de la súplica, no confinada a momentos específicos, sino integrada en el tejido de la vida diaria.
Además, los escritos de E.M. Bounds, un renombrado autor sobre la oración, subrayan el poder y la necesidad de la súplica. En su libro, "La necesidad de la oración", Bounds afirma:
"La súplica es el alma misma de la oración. Es el ruego sincero y persistente a Dios por lo que necesitamos."
La afirmación de Bounds refuerza la idea de que la súplica no es meramente un aspecto opcional de la oración, sino que es central en la práctica de la oración sincera y persistente.
En términos prácticos, la súplica puede incorporarse en la vida de oración de uno a través de solicitudes intencionales y específicas. Implica identificar áreas de necesidad, ya sean personales, familiares, comunitarias o globales, y llevar esas necesidades ante Dios con un corazón humilde y sincero. También es beneficioso mantener un equilibrio entre la súplica y otras formas de oración, asegurando que nuestra vida de oración sea holística y no se enfoque únicamente en nuestras propias necesidades.
En resumen, la súplica es una forma distinta y vital de oración caracterizada por solicitudes sinceras y humildes por necesidades y deseos específicos. Se diferencia de la adoración, la confesión y la acción de gracias en su enfoque en peticiones personales. Ejemplos bíblicos, como la súplica de Ana por un hijo, la oración de Jesús en Getsemaní y la intercesión de la iglesia primitiva por Pedro, ilustran la profundidad y el poder de la súplica. La literatura cristiana enfatiza aún más su importancia, recordando a los creyentes la necesidad de una súplica persistente y sentida. Al integrar la súplica en nuestras vidas de oración, reconocemos nuestra dependencia de Dios e invitamos su intervención en nuestras circunstancias, profundizando nuestra relación con Él.