El Padrenuestro, a menudo llamado el “Padre Nuestro”, es una de las oraciones más conocidas y recitadas con frecuencia en el cristianismo. Es una oración que Jesús enseñó a sus discípulos y está registrada en los Evangelios de Mateo (6:9-13) y Lucas (11:2-4). Una de las frases clave en esta oración es “santificado sea tu nombre”. Para entender el significado de “santificado” en el Padrenuestro, necesitamos profundizar en el significado lingüístico, teológico y espiritual del término.
La palabra “santificado” proviene de la palabra en inglés antiguo “halig”, que significa santo. En el contexto del Padrenuestro, “santificado” es una traducción de la palabra griega “ἁγιασθήτω” (hagiastheto), que se deriva del verbo “ἁγιάζω” (hagiazō), que significa santificar o hacer santo. Por lo tanto, cuando decimos “santificado sea tu nombre”, estamos expresando un deseo y reconocimiento de que el nombre de Dios es santo y debe ser reverenciado.
En tiempos bíblicos, un nombre era más que una etiqueta; representaba el carácter, la reputación y la esencia de una persona. Así, el nombre de Dios abarca todo su ser, su naturaleza y sus atributos. Santificar el nombre de Dios significa honrar, reverenciar y glorificarlo en todos los aspectos de nuestras vidas. Es un reconocimiento de su santidad suprema y una expresión de nuestro profundo respeto y adoración por él.
El concepto de la santidad de Dios es central en la narrativa bíblica. En el Antiguo Testamento, la santidad de Dios es un tema recurrente. Por ejemplo, en Isaías 6:3, los serafines se llaman unos a otros, diciendo: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria”. Esta repetición triple de “santo” subraya la santidad absoluta e incomparable de Dios. De manera similar, en Éxodo 3:5, cuando Dios se aparece a Moisés en la zarza ardiente, le instruye a Moisés que se quite las sandalias porque está en tierra santa. Estos ejemplos ilustran la profunda reverencia y asombro que la santidad de Dios exige.
Cuando Jesús nos enseña a orar “santificado sea tu nombre”, nos está invitando a entrar en una relación con Dios marcada por la reverencia y el asombro. Es un llamado a reconocer y honrar la santidad de Dios en nuestra vida diaria. Esta petición no es meramente una declaración, sino una solicitud de que el nombre de Dios sea tratado como santo por todas las personas. Es una oración para que la santidad de Dios sea reconocida y reverenciada en todo el mundo.
Además de reconocer la santidad de Dios, “santificado sea tu nombre” también tiene una dimensión ética y moral. Como creyentes, estamos llamados a reflejar la santidad de Dios en nuestras propias vidas. En Levítico 11:44, Dios ordena a los israelitas: “Sed santos, porque yo soy santo”. Este llamado a la santidad se reitera en el Nuevo Testamento en 1 Pedro 1:15-16, donde Pedro escribe: “Pero así como aquel que os llamó es santo, sed santos en todo lo que hagáis; porque está escrito: ‘Sed santos, porque yo soy santo’”. Santificar el nombre de Dios significa vivir de una manera que honre y refleje su santidad. Significa vivir una vida de integridad, rectitud y amor, de acuerdo con los mandamientos de Dios.
Además, “santificado sea tu nombre” es un reconocimiento de nuestra dependencia de la gracia y el poder de Dios. La santidad no es algo que podamos lograr por nosotros mismos; es una obra de Dios en nosotros. En Hebreos 12:14, se nos exhorta a “esforzarnos por vivir en paz con todos y ser santos; sin santidad nadie verá al Señor”. Este versículo destaca la importancia de buscar la santidad, pero también implica que la santidad es un don de Dios. Es a través de la morada del Espíritu Santo que somos santificados y hechos santos.
La frase “santificado sea tu nombre” también tiene un aspecto comunitario. Es una oración no solo por la santidad individual, sino por el reconocimiento colectivo de la santidad de Dios por toda la comunidad de creyentes y, en última instancia, por toda la humanidad. En Apocalipsis 4:8-11, vemos una visión de adoración celestial donde las criaturas vivientes y los ancianos alaban continuamente a Dios, diciendo: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, y es, y ha de venir”. Esta visión de adoración celestial sirve como modelo para nosotros en la tierra. Cuando oramos “santificado sea tu nombre”, nos unimos al coro de adoración que resuena en el cielo y anhelamos el día en que la santidad de Dios sea plenamente reconocida y celebrada por toda la creación.
Además, “santificado sea tu nombre” es un llamado a la misión. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a dar testimonio de la santidad de Dios en el mundo. En Mateo 28:19-20, Jesús comisiona a sus discípulos a “ir y hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado”. Parte de nuestra misión es proclamar la santidad de Dios e invitar a otros a unirse en reverenciar y honrar su nombre.
La literatura cristiana también proporciona valiosas ideas sobre el significado de “santificado sea tu nombre”. En su libro “El Señor y su oración”, N.T. Wright enfatiza que cuando oramos para que el nombre de Dios sea santificado, estamos pidiendo una transformación radical de nuestro mundo. Wright escribe: “Estamos orando para que todo el mundo reverencie a Dios, se vuelva a él y viva en obediencia a él. Estamos orando para que la idolatría sea derrocada y que el verdadero Dios sea adorado”. Esta perspectiva destaca el poder transformador de esta petición y sus implicaciones para nuestro mundo.
De manera similar, en su obra clásica “El costo del discipulado”, Dietrich Bonhoeffer reflexiona sobre el significado de santificar el nombre de Dios. Él escribe: “La santificación del nombre de Dios es el objetivo último del reino de Dios. El nombre de Dios, que ha sido profanado por el mundo, debe ser santificado nuevamente, y esto es lo que oramos en el Padrenuestro”. Las palabras de Bonhoeffer nos recuerdan que santificar el nombre de Dios no es solo un esfuerzo personal, sino cósmico, que implica la redención y restauración de toda la creación.
En resumen, la frase “santificado sea tu nombre” en el Padrenuestro es una expresión profunda de reverencia y adoración por la santidad de Dios. Es un reconocimiento de la santidad suprema e incomparable de Dios y un llamado a honrar y reverenciar su nombre en nuestra vida diaria. Tiene una dimensión ética y moral, llamándonos a reflejar la santidad de Dios en nuestras acciones y carácter. Reconoce nuestra dependencia de la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo en nuestra santificación. Tiene un aspecto comunitario, invitándonos a unirnos al coro celestial de adoración y a orar por el reconocimiento colectivo de la santidad de Dios por toda la humanidad. También es un llamado a la misión, instándonos a dar testimonio de la santidad de Dios en el mundo. A través de esta petición, se nos invita a participar en la obra transformadora y redentora de Dios, mientras buscamos santificar su nombre en nuestras vidas y en nuestro mundo.