¿Requiere Dios que las parejas casadas tengan hijos?

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La cuestión de si Dios requiere que las parejas casadas tengan hijos es una que ha sido reflexionada por muchos cristianos a lo largo de los siglos. Para responder a esto de manera reflexiva, necesitamos considerar las enseñanzas bíblicas, la naturaleza del matrimonio y el contexto más amplio de la voluntad de Dios para nuestras vidas.

Primero, es esencial reconocer que el matrimonio, tal como fue instituido por Dios, es inherentemente bueno y con propósito. En Génesis 1:27-28, leemos: "Así que Dios creó a la humanidad a su propia imagen, a imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó. Dios los bendijo y les dijo: 'Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla.'" Este pasaje a menudo se cita como un mandato divino para la procreación. De hecho, la capacidad de traer nueva vida es uno de los aspectos fundamentales del matrimonio y una forma significativa en la que las parejas casadas participan en la obra creativa de Dios.

Sin embargo, es crucial entender que, aunque la Biblia fomenta la procreación, no manda explícitamente que cada pareja casada deba tener hijos. El mandato de "ser fructíferos y multiplicarse" fue dado a la humanidad en su conjunto, en lugar de a cada pareja individual. Este mandato más amplio apoya el florecimiento de la raza humana, pero no implica un requisito estricto para cada matrimonio.

Además, la Biblia proporciona ejemplos de individuos y parejas piadosas que no tuvieron hijos o que inicialmente fueron estériles. Por ejemplo, Sara y Abraham fueron estériles durante muchos años antes de que Dios los bendijera con Isaac (Génesis 21:1-3). De manera similar, Ana era estéril antes de que orara fervientemente y Dios le concediera un hijo, Samuel (1 Samuel 1:20). Estas historias ilustran que la falta de hijos, ya sea temporal o permanente, no equivale a una falta de favor o propósito de Dios.

En el Nuevo Testamento, el énfasis en la familia espiritual y la comunidad de creyentes amplía aún más nuestra comprensión del matrimonio y la procreación. Jesús mismo no se casó ni tuvo hijos, sin embargo, cumplió perfectamente el propósito de Dios. En Mateo 19:12, Jesús habla de aquellos que eligen vivir vidas célibes por el reino de los cielos, indicando que el matrimonio y la procreación no son las únicas formas de servir a Dios.

El apóstol Pablo también aborda el matrimonio y la soltería en 1 Corintios 7. Reconoce la bondad del matrimonio, pero también destaca el valor de la soltería para aquellos que pueden aceptarla, ya que permite una devoción indivisa al Señor (1 Corintios 7:32-35). Las enseñanzas de Pablo sugieren que el propósito principal del matrimonio no es meramente producir descendencia, sino reflejar la relación de Cristo con la Iglesia y apoyarse mutuamente en vivir la voluntad de Dios.

Desde un punto de vista teológico, el matrimonio es una relación de pacto diseñada para reflejar el amor y el compromiso entre Cristo y Su Iglesia (Efesios 5:25-33). Este profundo misterio apunta a la importancia espiritual del matrimonio más allá de la procreación. Aunque los hijos son una bendición y un regalo de Dios (Salmo 127:3), la esencia del matrimonio radica en el amor mutuo, el apoyo y el crecimiento en santidad.

También es importante considerar los aspectos prácticos y personales de esta cuestión. Algunas parejas pueden enfrentar infertilidad u otras condiciones médicas que les impiden tener hijos. Otras pueden sentirse llamadas a enfocarse en diferentes formas de ministerio o servicio. En tales casos, sería imprudente y poco amoroso imponer una expectativa rígida de que deben tener hijos para cumplir la voluntad de Dios para su matrimonio.

La literatura y el pensamiento cristiano también proporcionan valiosas ideas sobre este tema. Por ejemplo, Dietrich Bonhoeffer, en su libro "Vida en Comunidad", enfatiza la importancia de la comunidad y el apoyo mutuo entre los creyentes. Escribe: "Cuanto más genuina y profunda se vuelva nuestra comunidad, más se desvanecerá todo lo demás entre nosotros, más claramente y puramente se convertirá Jesucristo y Su obra en lo único vital entre nosotros." Esta perspectiva subraya que el objetivo último del matrimonio y la vida familiar es fomentar una comunidad centrada en Cristo, ya sea que los hijos formen parte de esa ecuación o no.

Además, C.S. Lewis, en "Los Cuatro Amores", explora las diferentes dimensiones del amor, incluyendo el amor conyugal (Eros) y la amistad (Philia). Destaca que el matrimonio es una mezcla única de estos amores, enriquecida por la presencia de los hijos, pero no dependiente de ellos para su validez o propósito. Las reflexiones de Lewis nos recuerdan que la esencia del matrimonio es el amor profundo y desinteresado entre los cónyuges, que puede realizarse plenamente incluso sin hijos.

En conclusión, aunque la Biblia fomenta la procreación y reconoce a los hijos como una bendición, no manda que cada pareja casada deba tener hijos. El propósito principal del matrimonio es reflejar la relación de Cristo con la Iglesia, proporcionar apoyo mutuo y crecer en santidad juntos. Las parejas que no pueden o eligen no tener hijos aún pueden cumplir la voluntad de Dios para su matrimonio al nutrir una relación centrada en Cristo y contribuir a la comunidad más amplia de creyentes. En última instancia, cada pareja debe buscar la guía de Dios y discernir Su plan único para sus vidas, confiando en que Él los guiará de acuerdo con Su perfecta voluntad.

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