¿Qué quiso decir Jesús al decir 'Dejad que los niños vengan a mí'?

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Cuando Jesús dijo: "Dejad que los niños vengan a mí", como se registra en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, estaba haciendo una declaración profunda sobre el valor y la importancia de los niños dentro del Reino de Dios. Esta frase, que se encuentra en Mateo 19:14, Marcos 10:14 y Lucas 18:16, a menudo se cita y se aprecia, pero su profundidad e implicaciones para la crianza y la vida comunitaria a veces pueden pasarse por alto. Para comprender completamente lo que Jesús quiso decir, necesitamos considerar el contexto de Su ministerio, el trasfondo cultural de Su tiempo y la narrativa bíblica más amplia sobre los niños y la fe.

En el contexto del ministerio de Jesús, siempre estaba rodeado de multitudes ansiosas por escuchar Sus enseñanzas y presenciar Sus milagros. En medio de esto, los padres llevaban a sus hijos a Jesús, esperando que Él los bendijera. Los discípulos, tal vez viendo a los niños como una distracción o menos importantes que los seguidores adultos, intentaron alejarlos. Jesús, sin embargo, reprendió a Sus discípulos, instándolos a permitir que los niños se acercaran a Él. Este momento es significativo por varias razones.

En primer lugar, la invitación de Jesús para que los niños se acerquen a Él subraya el valor y la dignidad inherentes de los niños. En la cultura judía del primer siglo, los niños a menudo eran vistos como menos significativos, con su valor principalmente vinculado a su potencial futuro como adultos. Al dar la bienvenida a los niños, Jesús estaba desafiando las normas sociales y afirmando que los niños son importantes por derecho propio. Este acto de dar la bienvenida a los niños fue radical y contracultural, enfatizando que cada persona, independientemente de su edad, tiene un valor intrínseco a los ojos de Dios.

Además, las palabras de Jesús destacan las cualidades de los niños que son esenciales para entrar en el Reino de Dios. En Mateo 18:3, Jesús dice: "De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". Los niños encarnan un sentido de inocencia, confianza y humildad que Jesús señala como necesarios para una relación con Dios. Su apertura y dependencia resuenan con la fe y la confianza que los creyentes están llamados a tener en su Padre Celestial. Al decir "Dejad que los niños vengan a mí", Jesús no solo está valorando a los niños, sino también poniéndolos como ejemplos para que los adultos emulen en su viaje espiritual.

Desde una perspectiva de crianza, la declaración de Jesús sirve como un recordatorio profundo de la responsabilidad y el privilegio que tienen los padres y tutores de nutrir el crecimiento espiritual de sus hijos. Es un llamado a crear un ambiente donde los niños se sientan bienvenidos, amados y valorados, no solo por sus familias sino también por la comunidad de fe en general. Se anima a los padres a presentar a sus hijos a Jesús, enseñándoles sobre Su amor y guiándolos en el desarrollo de una relación personal con Él. Esto implica no solo enseñar verdades bíblicas, sino también modelar una vida cristiana que refleje los valores de amor, gracia y compasión.

En un sentido más amplio, la invitación de Jesús para que los niños se acerquen a Él habla del papel de la comunidad cristiana en apoyar a las familias y nutrir a la próxima generación. La iglesia está llamada a ser un lugar donde los niños sean bienvenidos y abrazados, donde puedan aprender sobre el amor de Dios y crecer en su fe. Esto requiere esfuerzos intencionales para crear programas y oportunidades que involucren a los niños de maneras significativas, ayudándolos a sentir un sentido de pertenencia y propósito dentro de la comunidad de creyentes.

Además, las palabras de Jesús nos desafían a reevaluar nuestras prioridades y actitudes hacia los niños en nuestra sociedad. En un mundo que a menudo valora el logro y la productividad, la afirmación de Jesús sobre los niños nos recuerda que cada persona es valiosa, no por lo que puede hacer, sino por lo que es como creación de Dios. Esta perspectiva nos llama a abogar por el bienestar y los derechos de los niños, asegurando que tengan acceso a educación, atención médica y oportunidades para prosperar.

Los teólogos y escritores cristianos han reflexionado durante mucho tiempo sobre la importancia de las palabras de Jesús. C.S. Lewis, en su libro "Mero Cristianismo", habla sobre la importancia de la humildad y la fe infantil, cualidades que los niños exhiben naturalmente. Escribe sobre la necesidad de que los creyentes se acerquen a Dios con un sentido de asombro y dependencia, al igual que un niño mira a un padre. De manera similar, Dietrich Bonhoeffer, en "El costo del discipulado", enfatiza el llamado a vivir una vida de fe simple y confiada, libre de las complejidades y cargas que a menudo acompañan a la adultez.

En términos prácticos, abrazar la invitación de Jesús para que los niños se acerquen a Él significa tomar medidas intencionales para priorizar su bienestar espiritual y emocional. Implica escucharlos, valorar sus perspectivas y brindarles oportunidades para expresar su fe. Alentar a los niños a hacer preguntas, explorar sus creencias y participar en actividades de adoración y servicio ayuda a fomentar una relación profunda y duradera con Dios.

Como padres y miembros de la comunidad cristiana, estamos llamados a reflejar el amor y la aceptación de Jesús hacia los niños, reconociéndolos como miembros integrales del Reino de Dios. Esto implica no solo enseñarles sobre Jesús, sino también aprender de ellos, ya que a menudo exhiben una pureza de fe y confianza que puede inspirarnos y desafiarnos en nuestros propios viajes espirituales.

En conclusión, cuando Jesús dijo: "Dejad que los niños vengan a mí", estaba haciendo una declaración profunda sobre el valor de los niños y las cualidades que encarnan que son esenciales para entrar en el Reino de Dios. Sus palabras nos desafían a reevaluar nuestras actitudes hacia los niños y a priorizar su crecimiento espiritual y bienestar. Al buscar seguir el ejemplo de Jesús, estamos llamados a crear entornos donde los niños sean bienvenidos, amados y nutridos en su fe, tanto dentro de nuestras familias como en nuestras comunidades. A través de esto, no solo honramos el valor intrínseco de los niños, sino que también abrazamos la fe infantil que Jesús nos llama a emular.

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