¿Qué dice la Biblia sobre ser hacedores de la palabra?

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La Biblia pone un énfasis significativo en la importancia de no solo escuchar la Palabra de Dios, sino también ponerla en práctica. Este principio está encapsulado en la exhortación a ser "hacedores de la palabra". El concepto llama a una respuesta activa, obediente y transformadora a las enseñanzas de las Escrituras. Es un llamado a vivir la fe de manera auténtica y consistente, reflejando el carácter y los mandamientos de Dios en cada aspecto de la vida.

Uno de los pasajes más explícitos sobre este tema se encuentra en la Epístola de Santiago. Santiago 1:22-25 (ESV) dice: "Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra y no hacedor de ella, es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Pero el que mira atentamente en la perfecta ley, la ley de la libertad, y persevera, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace".

Este pasaje destaca varios aspectos clave de lo que significa ser un hacedor de la palabra. En primer lugar, contrasta el mero escuchar con el hacer activo. Escuchar solo, sin una acción correspondiente, resulta en autoengaño. Es como mirarse en un espejo y olvidar inmediatamente la propia apariencia. El espejo aquí simboliza la Palabra de Dios, que revela nuestra verdadera condición espiritual y los estándares de Dios para nuestras vidas. Mirar en este espejo y luego ignorar sus implicaciones es no dejar que la Palabra nos transforme.

En contraste, el que actúa sobre la Palabra es descrito como alguien que mira en la "perfecta ley, la ley de la libertad". Esta frase subraya la naturaleza liberadora de los mandamientos de Dios. Lejos de ser restrictiva, la obediencia a la Palabra de Dios trae verdadera libertad y bendición. El acto de hacer no es una carga, sino un camino para experimentar la plenitud de vida que Dios quiere para nosotros.

Las enseñanzas de Jesús también refuerzan este principio. En el Sermón del Monte, Jesús concluye su discurso con una poderosa ilustración. Él dice en Mateo 7:24-27 (ESV): "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena. Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y grande fue su ruina".

Aquí, Jesús enfatiza la importancia de poner en práctica sus palabras. El hombre prudente, que construye su casa sobre la roca, representa a la persona que escucha y obedece las enseñanzas de Jesús. Esta fundación proporciona estabilidad y resistencia frente a los desafíos de la vida. En contraste, el hombre insensato, que construye sobre la arena, escucha pero no actúa. Su fundación es débil y finalmente colapsa bajo presión. Esta parábola ilustra vívidamente las consecuencias de ignorar el llamado a ser hacedores de la palabra.

El apóstol Pablo también habla de este tema en sus cartas. En Romanos 2:13 (ESV), escribe: "Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados". Pablo subraya que la justicia ante Dios no se basa en el mero conocimiento o escucha de la ley, sino en vivir de acuerdo con ella. Esto se alinea con su enseñanza más amplia sobre la fe y las obras, particularmente en su carta a los Efesios, donde afirma: "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Efesios 2:10, ESV). Aquí, Pablo afirma que las buenas obras son una consecuencia natural y necesaria de nuestra fe y nueva identidad en Cristo.

El llamado a ser hacedores de la palabra también es evidente en el Antiguo Testamento. En Deuteronomio 6:4-9 (ESV), Moisés instruye a los israelitas: "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas".

Este pasaje, conocido como el Shemá, enfatiza la importancia de internalizar los mandamientos de Dios e integrarlos en la vida diaria. No es suficiente simplemente escuchar o recitar estas palabras; deben moldear nuestras acciones, relaciones y entorno. El Shemá llama a un enfoque holístico de la fe, donde cada aspecto de la vida está permeado por la obediencia a la Palabra de Dios.

La literatura cristiana también proporciona valiosas ideas sobre la importancia de ser hacedores de la palabra. Dietrich Bonhoeffer, en su obra seminal "El costo del discipulado", escribe sobre el concepto de "gracia barata" versus "gracia costosa". La gracia barata, según Bonhoeffer, es la gracia que nos otorgamos a nosotros mismos, la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la comunión sin confesión. La gracia costosa, por otro lado, es la gracia que nos llama a seguir a Jesús, que es costosa porque nos obliga a someternos al yugo de Cristo y seguirlo. La distinción de Bonhoeffer subraya que el verdadero discipulado implica obediencia activa y compromiso costoso, no solo asentimiento intelectual.

John Stott, en su libro "Cristianismo básico", de manera similar enfatiza la necesidad de vivir la fe. Argumenta que el cristianismo auténtico implica una transformación radical de la vida, caracterizada por la obediencia a los mandamientos de Cristo. Stott escribe: "Debemos permitir que la Palabra de Dios nos confronte, nos perturbe nuestra seguridad, socave nuestra complacencia y derroque nuestros patrones de pensamiento y comportamiento". Esta confrontación y transformación son la esencia de ser hacedores de la palabra.

Vivir como hacedores de la palabra requiere una postura de humildad y dependencia de Dios. Implica una entrega diaria al Espíritu Santo, quien nos capacita para vivir en obediencia a los mandamientos de Dios. Jesús prometió al Espíritu Santo como nuestro Ayudador, quien nos guiaría a toda la verdad (Juan 16:13) y nos capacitaría para vivir las enseñanzas de Cristo. Por lo tanto, ser hacedores de la palabra no se trata de esforzarse en nuestra propia fuerza, sino de ceder a la obra del Espíritu en nosotros.

Además, ser hacedores de la palabra tiene un aspecto comunitario. El Nuevo Testamento frecuentemente exhorta a los creyentes a alentarse y estimularse unos a otros al amor y a las buenas obras (Hebreos 10:24). La vida cristiana no está destinada a vivirse en aislamiento, sino en el contexto de la comunidad, donde nos apoyamos y nos responsabilizamos mutuamente en nuestro caminar de fe. Este aliento mutuo nos ayuda a permanecer firmes y fieles en vivir la Palabra de Dios.

En términos prácticos, ser hacedores de la palabra significa permitir que las Escrituras moldeen nuestras actitudes, decisiones y acciones. Significa amar a nuestros vecinos como a nosotros mismos (Mateo 22:39), perdonar a quienes nos ofenden (Mateo 6:14-15), cuidar a los marginados y oprimidos (Santiago 1:27) y buscar la justicia y la rectitud (Miqueas 6:8). Significa encarnar el fruto del Espíritu—amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22-23)—en nuestras interacciones con los demás.

En última instancia, ser hacedores de la palabra se trata de vivir una vida que refleje el carácter de Cristo. Se trata de alinear nuestras vidas con la voluntad y los propósitos de Dios, permitiendo que su Palabra nos transforme desde adentro hacia afuera. Al hacerlo, nos convertimos en un testimonio para el mundo de la gracia y la verdad de Dios, atrayendo a otros a la esperanza y la salvación que se encuentran en Jesucristo.

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