El concepto de la suerte es omnipresente en la cultura moderna. Escuchamos frases como "¡Buena suerte!" o "Tuve suerte" casi a diario, ya sea en conversaciones casuales o en eventos significativos de la vida. Sin embargo, al considerar la idoneidad de que los cristianos crean en la suerte, debemos profundizar en los fundamentos teológicos y bíblicos de la fe, la providencia y la soberanía divina.
Desde una perspectiva cristiana no denominacional, la creencia en la suerte no solo es inapropiada, sino que también contradice fundamentalmente los principios básicos de la fe cristiana. Para entender por qué, necesitamos explorar cómo la Biblia retrata la soberanía de Dios, la responsabilidad humana y la naturaleza de la fe.
La Biblia está llena de afirmaciones sobre la soberanía absoluta de Dios sobre toda la creación. Las Escrituras enseñan que Dios no es un observador distante, sino un participante activo en el desarrollo de la historia. En Isaías 46:9-10, Dios declara: "Yo soy Dios, y no hay otro; yo soy Dios, y no hay nadie como yo, que declaro el fin desde el principio y desde tiempos antiguos cosas que no han sido hechas, diciendo: ‘Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero’". Este pasaje subraya la naturaleza integral del control de Dios sobre los eventos, tanto grandes como pequeños.
De manera similar, Proverbios 16:33 dice: "La suerte se echa en el regazo, pero su decisión proviene del Señor". Este versículo aborda explícitamente la aleatoriedad asociada con echar suertes, una práctica antigua similar a lanzar dados, y afirma que incluso en lo que parece ser azar, la voluntad de Dios se cumple en última instancia. Por lo tanto, desde un punto de vista bíblico, nada sucede por casualidad; todo se desarrolla según el plan soberano de Dios.
Aunque la soberanía de Dios es primordial, la Biblia también afirma la responsabilidad humana y el libre albedrío. Esta dualidad es un misterio con el que los teólogos han lidiado durante siglos. Sin embargo, no implica que los eventos se dejen al azar o a la suerte. En cambio, sugiere que Dios, en su infinita sabiduría, orquesta las acciones y decisiones humanas dentro del marco de su plan divino.
Efesios 2:10 nos dice: "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas". Este versículo destaca que nuestras acciones y elecciones son parte de un camino preordenado trazado por Dios. Así, mientras ejercemos el libre albedrío, no está en oposición a la soberanía de Dios, sino que es un componente de su cuidado providencial.
La fe, en el contexto cristiano, es confiar en Dios y en sus promesas. Hebreos 11:1 define la fe como "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve". Esta certeza y convicción están arraigadas en el carácter y las promesas de Dios, no en el azar o la suerte. Creer en la suerte desvía nuestra confianza de Dios hacia una fuerza impersonal, lo cual es antitético a la esencia de la fe cristiana.
La Biblia nos insta a poner nuestra confianza solo en Dios. Proverbios 3:5-6 exhorta: "Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas". Confiar en la suerte socava esta directiva, ya que implica depender de algo distinto a la guía y provisión de Dios.
Creer en la suerte puede llevar a varios problemas teológicos. Primero, disminuye la doctrina de la providencia de Dios. Si atribuimos los resultados a la suerte, negamos la creencia de que Dios está activamente involucrado en nuestras vidas. Esto puede erosionar nuestra comprensión del carácter de Dios como amoroso, justo y soberano.
En segundo lugar, puede afectar nuestra vida de oración. Si creemos que la suerte juega un papel en nuestras circunstancias, podemos estar menos inclinados a orar por la intervención o guía de Dios. Santiago 1:5 nos anima a buscar la sabiduría de Dios, afirmando: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada". Confiar en la suerte puede alejarnos de buscar la sabiduría y dirección de Dios.
Por último, impacta nuestro testimonio ante los demás. Como cristianos, estamos llamados a ser sal y luz (Mateo 5:13-16), demostrando una vida de fe y confianza en Dios. Creer en la suerte puede enviar un mensaje mixto a quienes observan nuestras vidas, sugiriendo que no confiamos plenamente en la soberanía de Dios.
En términos prácticos, rechazar el concepto de la suerte no significa que neguemos la imprevisibilidad de la vida. Reconocemos que la vida está llena de incertidumbres y que no podemos prever todos los resultados. Sin embargo, nuestra respuesta a estas incertidumbres debe estar arraigada en la fe y la confianza en Dios, no en una creencia en la suerte.
Cuando enfrentamos desafíos u oportunidades, debemos recurrir a la oración, buscando la guía y sabiduría de Dios. Filipenses 4:6-7 nos anima: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". Este pasaje nos asegura que la paz de Dios nos guardará mientras confiamos en Él.
Además, debemos cultivar una mentalidad de gratitud y contentamiento, reconociendo que todo don perfecto proviene de lo alto (Santiago 1:17). Al reconocer la mano de Dios en nuestras bendiciones y éxitos, reforzamos nuestra confianza en su providencia en lugar de atribuirlos a la suerte.
En resumen, la creencia en la suerte es incompatible con la fe cristiana. La Biblia enseña que Dios es soberano sobre todos los eventos, y nada sucede fuera de su control. Nuestra fe debe estar anclada en el carácter y las promesas de Dios, no en el azar. Al confiar en la providencia de Dios, buscar su guía a través de la oración y cultivar la gratitud, podemos navegar las incertidumbres de la vida con confianza y paz, sabiendo que nuestras vidas están seguras en sus manos.