El divorcio es un tema profundamente personal y a menudo doloroso que toca muchas vidas. Como pastor cristiano no denominacional, abordo este tema con sensibilidad y un compromiso de proporcionar una respuesta compasiva y fundamentada bíblicamente. La pregunta, "¿Dios odia el divorcio?" es una con la que muchos creyentes luchan, y requiere una comprensión matizada de las Escrituras y el corazón de Dios.
La frase "Dios odia el divorcio" se deriva de Malaquías 2:16, donde el profeta Malaquías habla al pueblo de Israel sobre su infidelidad. El versículo dice: "Porque yo aborrezco el divorcio, dice el Señor, el Dios de Israel, y al que cubre de iniquidad su vestido, dice el Señor de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales." (ESV). Este pasaje se cita a menudo para subrayar la seriedad con la que Dios ve el pacto del matrimonio.
Para entender por qué Dios expresa sentimientos tan fuertes sobre el divorcio, primero debemos considerar la visión bíblica del matrimonio. En Génesis 2:24, leemos: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne." El matrimonio se describe como una unión sagrada, una relación de pacto que refleja la fidelidad y la unidad dentro de la misma Trinidad. Es una institución divina destinada a reflejar el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios con su pueblo.
A lo largo de las Escrituras, el matrimonio se mantiene consistentemente como un vínculo de pacto. Jesús mismo reafirma esto en el Nuevo Testamento. En Mateo 19:4-6, Jesús responde a una pregunta sobre el divorcio refiriéndose de nuevo a Génesis: "¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: 'Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne'? Así que no son ya más dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre." Jesús enfatiza que el matrimonio es una unión divina, no meramente un contrato humano, y está destinado a ser un compromiso de por vida.
Sin embargo, la realidad del pecado humano significa que los matrimonios a veces fracasan. La Biblia reconoce esto y proporciona directrices para tales situaciones. En Mateo 19:8-9, Jesús dice: "Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió divorciar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que se divorcie de su mujer, salvo por causa de fornicación, y se case con otra, comete adulterio." Aquí, Jesús reconoce que el divorcio fue permitido bajo la Ley Mosaica debido a la dureza de los corazones humanos, pero también señala que esta no era la intención original de Dios. Proporciona una excepción para la inmoralidad sexual, reconociendo que ciertas violaciones del pacto matrimonial, como el adulterio, socavan fundamentalmente la confianza y la unidad que el matrimonio debe encarnar.
El apóstol Pablo también aborda el divorcio en sus cartas. En 1 Corintios 7:10-11, Pablo escribe: "A los casados les doy esta orden (no yo, sino el Señor): que la mujer no se separe del marido (pero si se separa, que se quede sin casar, o reconcíliese con su marido), y que el marido no despida a su mujer." Pablo hace eco de la enseñanza de Jesús sobre la permanencia del matrimonio, pero también reconoce que puede ocurrir la separación. Aconseja que si ocurre la separación, se busque la reconciliación, o que los individuos permanezcan sin casar.
Pablo amplía esto en 1 Corintios 7:15, donde aborda la situación de un creyente casado con un no creyente: "Pero si el no creyente se separa, que se separe. En tales casos, el hermano o la hermana no están esclavizados. Dios nos ha llamado a vivir en paz." Aquí, Pablo reconoce que hay circunstancias fuera del control de uno, como un cónyuge no creyente que elige irse, y en tales casos, el creyente no está obligado al matrimonio.
Las enseñanzas bíblicas sobre el divorcio y el nuevo matrimonio son complejas y deben entenderse dentro del contexto más amplio del carácter de Dios y sus propósitos redentores. Aunque Dios expresa una fuerte aversión al divorcio porque interrumpe la naturaleza de pacto del matrimonio, también proporciona gracia y orientación para aquellos que se encuentran en relaciones rotas. El corazón de Dios siempre está orientado hacia la restauración, la sanación y la reconciliación.
También es importante considerar las implicaciones pastorales y prácticas de estas enseñanzas. Como pastor, he visto el dolor y la devastación que el divorcio puede causar. Afecta no solo a la pareja, sino también a sus hijos, familias y comunidades. La iglesia debe ser un lugar de apoyo y sanación para aquellos que están pasando por un divorcio o lo han pasado. Debemos extender gracia y compasión, reconociendo que cada situación es única y que las personas necesitan amor y apoyo mientras navegan por estas difíciles circunstancias.
En su libro "El significado del matrimonio", Timothy Keller escribe: "Ser amado pero no conocido es reconfortante pero superficial. Ser conocido y no amado es nuestro mayor temor. Pero ser completamente conocido y verdaderamente amado es, bueno, mucho como ser amado por Dios. Es lo que necesitamos más que nada." Esta cita encapsula el corazón del deseo de Dios para el matrimonio y las relaciones. Dios desea que experimentemos la profundidad de ser completamente conocidos y completamente amados, lo cual el matrimonio está destinado a reflejar. Sin embargo, cuando los matrimonios fracasan, el amor de Dios permanece firme, y su gracia es suficiente para traer sanación y restauración.
En conclusión, aunque Dios expresa una fuerte desaprobación del divorcio, no es porque sea insensible a las luchas y el dolor que conducen a él. Más bien, es porque valora altamente el vínculo de pacto del matrimonio y desea que refleje su compromiso inquebrantable con su pueblo. Al mismo tiempo, Dios proporciona gracia y orientación para aquellos que se encuentran en matrimonios rotos, ofreciendo un camino hacia la sanación y la restauración. Como iglesia, debemos mantener la santidad del matrimonio mientras extendemos compasión y apoyo a aquellos que están sufriendo. Al hacerlo, reflejamos el corazón de Dios, que siempre está orientado hacia el amor, la gracia y la redención.