La cuestión de qué partes de la Biblia deben obedecer los cristianos es tanto profunda como compleja, tocando el núcleo de la ética y la moralidad cristianas. Como pastor cristiano no denominacional, es esencial abordar esta cuestión con una comprensión equilibrada de las enseñanzas bíblicas, el contexto histórico de las escrituras y los principios generales de la fe cristiana.
Para empezar, es importante reconocer que la Biblia es una colección de libros diversos escritos a lo largo de siglos, que abarcan varios géneros como historia, poesía, profecía y epístolas. A pesar de esta diversidad, la Biblia presenta una narrativa unificada de la relación de Dios con la humanidad, culminando en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Dada esta unidad, los cristianos están llamados a ver la Biblia de manera holística, discerniendo cómo sus enseñanzas se aplican a sus vidas hoy.
Una de las primeras consideraciones para determinar qué partes de la Biblia obedecer es la distinción entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento, o Escrituras Hebreas, contiene leyes, mandamientos y narrativas que fueron dadas al pueblo de Israel. Estas incluyen las leyes morales, como los Diez Mandamientos (Éxodo 20:1-17), las leyes ceremoniales relacionadas con el culto y los sacrificios (Levítico) y las leyes civiles que rigen la nación de Israel.
Con la llegada de Jesucristo, el Nuevo Testamento introduce el concepto del Nuevo Pacto. Jesús mismo declaró: "No piensen que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos, sino a cumplirlos" (Mateo 5:17, NVI). Este cumplimiento significa que, aunque los principios morales del Antiguo Testamento siguen siendo relevantes, las leyes ceremoniales y civiles específicas para Israel ya no son vinculantes para los cristianos. El apóstol Pablo refuerza esta idea en sus cartas, explicando que los creyentes ya no están bajo la ley, sino bajo la gracia (Romanos 6:14).
Centrales a la ética cristiana son las enseñanzas de Jesús, quien resumió la totalidad de la ley y los profetas con dos mandamientos: "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" y "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:37-39, NVI). Estos mandamientos encapsulan la esencia de la moralidad cristiana y proporcionan un marco para interpretar el resto de la Biblia.
El Sermón del Monte de Jesús (Mateo 5-7) elabora aún más este marco ético, enfatizando la justicia interna sobre el cumplimiento externo. Por ejemplo, Jesús enseña que la ira y el odio son tan culpables como el asesinato (Mateo 5:21-22), y los pensamientos lujuriosos son equivalentes al adulterio (Mateo 5:27-28). Estas enseñanzas llaman a los cristianos a un estándar más alto de integridad moral, arraigado en el amor y la pureza de corazón.
Los escritos de los apóstoles, particularmente los de Pablo, Pedro, Santiago y Juan, proporcionan orientación adicional sobre la vida cristiana. Estas epístolas abordan varios temas éticos, desde la conducta personal hasta las relaciones comunitarias, y ofrecen consejos prácticos para encarnar las virtudes de Cristo.
Las cartas de Pablo, por ejemplo, enfatizan los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22-23), como marcadores de una vida guiada por el Espíritu Santo. También aborda preocupaciones morales específicas, como la inmoralidad sexual, la avaricia y la deshonestidad, instando a los creyentes a "despojarse del viejo yo" y "vestirse del nuevo yo, creado para ser como Dios en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24, NVI).
Las epístolas de Pedro animan a los cristianos a vivir como "extranjeros y peregrinos" en el mundo, absteniéndose de los deseos pecaminosos y comportándose honorablemente entre los no creyentes (1 Pedro 2:11-12). Santiago, conocido por su sabiduría práctica, enfatiza la importancia de la fe expresada a través de acciones, recordando a los creyentes que "la fe por sí sola, si no va acompañada de acción, está muerta" (Santiago 2:17, NVI).
Aunque las enseñanzas éticas de la Biblia son atemporales, su aplicación debe considerar el contexto cultural e histórico de la audiencia original. Por ejemplo, ciertas instrucciones en las cartas de Pablo, como las relativas a los velos (1 Corintios 11:2-16) o los saludos con un beso santo (Romanos 16:16), eran culturalmente específicas y pueden no traducirse directamente a las prácticas contemporáneas. Sin embargo, los principios subyacentes, como el respeto por las costumbres establecidas y las expresiones de amor cristiano, siguen siendo relevantes.
Por lo tanto, los cristianos están llamados a discernir cómo se aplican los principios bíblicos a sus contextos únicos, guiados por el Espíritu Santo y la sabiduría colectiva de la comunidad cristiana. Este proceso de discernimiento implica una reflexión en oración, el estudio de las escrituras y la búsqueda de consejo de creyentes maduros.
Otro aspecto crucial de la obediencia cristiana es el papel del Espíritu Santo. Jesús prometió a sus discípulos que el Espíritu Santo los guiaría a toda la verdad (Juan 16:13). El Espíritu Santo capacita a los creyentes para entender y aplicar las escrituras, convenciéndolos de pecado y guiándolos hacia la justicia. La presencia interna del Espíritu Santo permite a los cristianos vivir las enseñanzas éticas de la Biblia, no a través de su propia fuerza, sino a través del empoderamiento divino.
La diversidad dentro del cuerpo de Cristo también afecta cómo los cristianos entienden y obedecen la Biblia. Diferentes tradiciones cristianas pueden enfatizar varios aspectos de la enseñanza bíblica, reflejando sus perspectivas teológicas únicas y experiencias históricas. Esta diversidad debe verse como una fortaleza, ofreciendo una comprensión más rica y matizada de las escrituras.
Sin embargo, la unidad en los aspectos esenciales de la fe es primordial. Los principios fundamentales del cristianismo, como la divinidad de Jesús, su sacrificio expiatorio y el llamado a amar a Dios y al prójimo, proporcionan una base común para la vida ética. Se anima a los cristianos a "hacer todo lo posible por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz" (Efesios 4:3, NVI), reconociendo que su compromiso compartido de seguir a Cristo trasciende las diferencias denominacionales.
En última instancia, la cuestión de qué partes de la Biblia deben obedecer los cristianos está arraigada en el poder transformador del evangelio. El evangelio no es meramente un conjunto de pautas éticas, sino la buena noticia de la obra redentora de Dios en Jesucristo. A través de la fe en Cristo, los creyentes son reconciliados con Dios, perdonados de sus pecados y capacitados para vivir nuevas vidas caracterizadas por el amor, la justicia y la misericordia.
El apóstol Pablo captura esta visión transformadora en su carta a los Romanos: "Por lo tanto, hermanos y hermanas, en vista de la misericordia de Dios, les ruego que ofrezcan sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: este es su verdadero y propio culto. No se conformen al patrón de este mundo, sino sean transformados mediante la renovación de su mente" (Romanos 12:1-2, NVI). Esta renovación de la mente implica alinear los pensamientos, actitudes y acciones con las enseñanzas de la Biblia, guiados por el Espíritu Santo y motivados por el amor a Dios y a los demás.
En resumen, los cristianos están llamados a obedecer la Biblia de manera holística y discernida, reconociendo el cumplimiento del Antiguo Testamento en Jesucristo y abrazando las enseñanzas éticas del Nuevo Testamento. Esta obediencia no es una adhesión legalista a las reglas, sino una respuesta al poder transformador del evangelio, capacitada por el Espíritu Santo y expresada a través del amor a Dios y al prójimo. Al vivir los principios de la Biblia en sus contextos únicos, los cristianos dan testimonio de la obra redentora de Dios y contribuyen al florecimiento del mundo.