El término "carnal" en la Biblia tiene profundas implicaciones, profundamente arraigadas en las enseñanzas espirituales y morales del cristianismo. Para entender su significado, uno debe explorar su contexto bíblico, su significado teológico y su aplicación a la vida cristiana. La palabra "carnal" se deriva del latín "carnalis", que significa "carnal" o "relativo a la carne". En las Escrituras, a menudo se refiere a la naturaleza y deseos humanos que se oponen a la naturaleza espiritual y divina que Dios desea para Su pueblo.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo usa frecuentemente el término "carnal" para describir una vida dominada por deseos carnales, en contraste con una vida guiada por el Espíritu. Uno de los ejemplos más claros de esto se encuentra en Romanos 8:5-8, donde Pablo escribe:
"Porque los que viven conforme a la carne ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu ponen la mente en las cosas del Espíritu. Porque poner la mente en la carne es muerte, pero poner la mente en el Espíritu es vida y paz. Porque la mente puesta en la carne es hostil a Dios, porque no se somete a la ley de Dios; de hecho, no puede. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios."
Aquí, Pablo contrasta vivir "conforme a la carne" con vivir "conforme al Espíritu". La "carne" en este contexto se refiere a la naturaleza humana pecaminosa que se inclina hacia la autogratificación, la inmoralidad y la rebelión contra Dios. Por lo tanto, ser "carnal" es estar gobernado por estos deseos carnales, que en última instancia conducen a la muerte espiritual y la separación de Dios.
Pablo elabora más sobre este concepto en su carta a los Gálatas. En Gálatas 5:19-21, proporciona una lista de "obras de la carne" que son sinónimos de comportamiento carnal:
"Ahora bien, las obras de la carne son evidentes: inmoralidad sexual, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, divisiones, envidia, borracheras, orgías y cosas semejantes. Os advierto, como ya os advertí antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios."
Este pasaje destaca que el comportamiento carnal abarca una amplia gama de acciones pecaminosas, desde la inmoralidad sexual hasta la idolatría y los conflictos interpersonales. Estos comportamientos contrastan marcadamente con el "fruto del Espíritu", que Pablo enumera en los versículos siguientes (Gálatas 5:22-23): amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio.
La dicotomía entre lo carnal y lo espiritual no es solo una cuestión de comportamiento, sino de identidad y lealtad. En Romanos 7:14-25, Pablo describe la lucha interna que enfrentan los creyentes entre su antigua naturaleza carnal y su nueva naturaleza espiritual. Lamenta: "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago" (Romanos 7:19). Este conflicto interno es una experiencia común para los cristianos, ya que se esfuerzan por vivir de acuerdo con el Espíritu mientras aún luchan contra sus inclinaciones carnales.
Teológicamente, el concepto de carnalidad está ligado a la doctrina del pecado original. Según esta doctrina, la humanidad heredó una naturaleza pecaminosa de Adán y Eva, los primeros humanos que desobedecieron a Dios. Esta naturaleza pecaminosa, o naturaleza carnal, se caracteriza por una propensión al pecado y una resistencia a la voluntad de Dios. Como explica Pablo en Romanos 5:12: "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron."
Sin embargo, la Biblia también ofrece esperanza y una solución a este problema. A través de la fe en Jesucristo, los creyentes reciben una nueva naturaleza y la morada del Espíritu Santo, quien les capacita para superar sus inclinaciones carnales. En 2 Corintios 5:17, Pablo declara: "Por tanto, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas."
Esta transformación es tanto instantánea como continua. En el momento de la salvación, los creyentes son justificados y reciben una nueva identidad espiritual. Sin embargo, el proceso de santificación, en el cual crecen en santidad y se vuelven más como Cristo, es un viaje de toda la vida. Por eso Pablo exhorta a los creyentes en Romanos 12:1-2: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta."
En términos prácticos, superar la carnalidad implica un compromiso diario de vivir conforme al Espíritu en lugar de la carne. Esto requiere un compromiso regular con las Escrituras, la oración y la comunión con otros creyentes. También implica un esfuerzo consciente para resistir la tentación y cultivar las virtudes que reflejan el carácter de Cristo.
Una de las estrategias clave para superar la carnalidad es "hacer morir" las obras de la carne, como Pablo instruye en Colosenses 3:5-10:
"Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno."
Este pasaje subraya la necesidad de rechazar activamente los comportamientos y actitudes pecaminosos y reemplazarlos con los piadosos. Es un llamado a una transformación radical que afecta todos los aspectos de la vida de un creyente, desde sus pensamientos y deseos hasta sus acciones y relaciones.
Los escritos de los primeros teólogos cristianos también proporcionan valiosas ideas sobre el concepto de carnalidad. Por ejemplo, Agustín de Hipona, en su obra seminal "Confesiones", reflexiona sobre sus propias luchas con los deseos carnales y su camino hacia la renovación espiritual. Escribió famosamente: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti." Las reflexiones de Agustín destacan el profundo anhelo de Dios que subyace a los deseos humanos y la plenitud que proviene de una vida orientada hacia Él.
En conclusión, el término "carnal" en la Biblia se refiere a una vida dominada por la naturaleza y deseos humanos pecaminosos, en oposición a la vida guiada por el Espíritu. Abarca una amplia gama de comportamientos y actitudes que son contrarios a la voluntad de Dios. Sin embargo, a través de la fe en Jesucristo y la presencia capacitadora del Espíritu Santo, los creyentes tienen la capacidad de superar sus inclinaciones carnales y vivir de acuerdo con los propósitos de Dios. Esto implica un compromiso diario con el crecimiento espiritual, la cultivación de virtudes piadosas y el rechazo de comportamientos pecaminosos. Al hacerlo, los creyentes pueden experimentar la plenitud de vida que Dios tiene para ellos y reflejar Su carácter al mundo.