Para entender lo que significa estar "en el mundo pero no ser del mundo", debemos profundizar en las enseñanzas de Jesucristo y en la narrativa más amplia de las Escrituras. Esta frase encapsula un principio teológico y ético profundo que guía cómo los cristianos deben vivir sus vidas en una sociedad secular mientras mantienen su distintividad como seguidores de Cristo.
La frase en sí está arraigada en la oración de Jesús por sus discípulos en Juan 17:14-16 (NVI):
"Les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo."
Aquí, Jesús reconoce la tensión entre la identidad espiritual del creyente y su existencia física en un mundo que a menudo se opone a los caminos de Dios. Estar "en el mundo" significa vivir nuestras vidas diarias dentro del contexto de la sociedad, participando en sus sistemas, culturas y relaciones. Sin embargo, ser "no del mundo" significa que nuestros valores, prioridades y lealtad última están moldeados por el reino de Dios en lugar de por influencias mundanas.
Los cristianos están llamados a vivir activamente en el mundo. Esto implica participar en el trabajo, formar relaciones, contribuir a la vida comunitaria y participar en actividades culturales. El apóstol Pablo, en 1 Corintios 5:9-10 (NVI), aclara que los cristianos no deben retirarse completamente de la sociedad:
"En mi carta les escribí que no se asociaran con personas inmorales—no en absoluto refiriéndome a la gente de este mundo que es inmoral, o los avaros y estafadores, o idólatras. En ese caso, tendrían que salir de este mundo."
Pablo implica que los cristianos deben interactuar con los no creyentes y participar en las actividades del mundo, pero sin comprometer su fe. Esta participación no es meramente pasiva, sino que se caracteriza por una participación e influencia activas. Jesús mismo ejemplificó esto al cenar con recaudadores de impuestos y pecadores (Mateo 9:10-13), demostrando amor y compasión mientras mantenía su santidad.
Aunque los cristianos deben ser participantes activos en la sociedad, también están llamados a ser distintos de ella. Esta distinción es principalmente en términos de valores, creencias y comportamientos. Romanos 12:2 (NVI) ofrece una directiva clara:
"No se amolden al patrón de este mundo, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta."
Esta transformación implica un cambio fundamental en cómo pensamos y vivimos, guiados por el Espíritu Santo y las enseñanzas de las Escrituras. Significa que nuestra identidad y propósito se encuentran en Cristo en lugar de en el estatus mundano, posesiones o logros.
El llamado a estar "en el mundo pero no ser del mundo" tiene importantes implicaciones éticas. Desafía a los cristianos a vivir su fe de maneras tangibles que reflejen el carácter de Cristo. Esto implica:
Integridad Moral: Los cristianos están llamados a mantener altos estándares éticos en sus vidas personales y profesionales. Esto incluye honestidad, integridad y justicia. Proverbios 11:3 (NVI) dice: "La integridad de los rectos los guía, pero la falsedad de los infieles los destruye."
Amor y Compasión: Jesús mandó a sus seguidores a amar a sus prójimos como a sí mismos (Mateo 22:39) y a amar a sus enemigos (Mateo 5:44). Este amor radical distingue a los cristianos y demuestra el poder transformador del evangelio.
Responsabilidad Social: Los cristianos están llamados a buscar justicia y cuidar a los marginados. Miqueas 6:8 (NVI) resume este llamado: "Él te ha mostrado, oh mortal, lo que es bueno. ¿Y qué pide el Señor de ti? Que actúes con justicia, que ames la misericordia y que camines humildemente con tu Dios."
Testimonio y Evangelismo: Ser "no del mundo" también significa que los cristianos deben ser testigos de la verdad del evangelio. 1 Pedro 3:15 (NVI) anima a los creyentes a "estar siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que tienen. Pero háganlo con gentileza y respeto."
Vivir este principio requiere discernimiento e intencionalidad. Aquí hay algunas maneras prácticas de encarnar este llamado:
Participar en la Cultura Críticamente: Los cristianos deben participar en la cultura de manera reflexiva, discerniendo lo que se alinea con los valores bíblicos y lo que no. Esto implica consumir medios, participar en actividades sociales y tomar decisiones de estilo de vida que honren a Dios.
Construir Relaciones con No Creyentes: Jesús modeló el evangelismo relacional al construir relaciones genuinas con aquellos que aún no lo conocían. Los cristianos están llamados a hacer lo mismo, compartiendo su fe a través de palabras y acciones.
Buscar Comunidad: Ser parte de una comunidad de iglesia proporciona apoyo, responsabilidad y ánimo. Hebreos 10:24-25 (NVI) enfatiza la importancia de reunirse para estimularse mutuamente al amor y a las buenas obras.
Buscar Crecimiento Espiritual: La oración regular, el estudio de la Biblia y las disciplinas espirituales ayudan a los cristianos a mantenerse arraigados en su fe y sensibles a la guía del Espíritu Santo.
El fundamento teológico de este principio está arraigado en la doctrina de la santificación, que es el proceso de ser hechos santos. La santificación implica tanto un aspecto posicional—ser apartados por Dios—como un aspecto progresivo—crecer en santidad con el tiempo. 1 Tesalonicenses 4:3 (NVI) dice: "La voluntad de Dios es que sean santificados."
Además, el concepto de ser "no del mundo" está ligado a la idea del reino de Dios. Jesús proclamó que su reino no es de este mundo (Juan 18:36), indicando que sus seguidores pertenecen a un reino diferente con valores y prioridades diferentes.
Vivir como personas "en el mundo pero no del mundo" no está exento de desafíos. Los cristianos pueden enfrentar oposición, malentendidos e incluso persecución. Jesús advirtió a sus discípulos de esta realidad en Juan 15:18-19 (NVI):
"Si el mundo los odia, tengan presente que antes me odió a mí. Si ustedes pertenecieran al mundo, el mundo los amaría como a los suyos. Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los he escogido de entre el mundo; por eso el mundo los odia."
A pesar de estos desafíos, los cristianos son animados a perseverar, sabiendo que su esperanza y recompensa última se encuentran en Cristo. Filipenses 3:20 (NVI) nos recuerda: "En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo."
En conclusión, estar "en el mundo pero no ser del mundo" es vivir una tensión dinámica entre la participación y la distintividad. Es un llamado a participar en la sociedad mientras se mantiene una identidad contracultural arraigada en Cristo. Este principio desafía a los cristianos a vivir con integridad, amor y propósito, reflejando el poder transformador del evangelio en cada aspecto de sus vidas. A través de la guía del Espíritu Santo y el apoyo de la comunidad cristiana, los creyentes pueden navegar esta tensión fielmente, dando testimonio de la esperanza y la verdad de Jesucristo en un mundo que desesperadamente lo necesita.