La Biblia pone un énfasis sustancial en la importancia de las intenciones, reconociendo que las motivaciones detrás de nuestras acciones son tan significativas como las acciones mismas. Este principio está tejido a lo largo de ambos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, subrayando la necesidad de alinear nuestros corazones con la voluntad de Dios y esforzarnos por la pureza en nuestros pensamientos y deseos.
En el Antiguo Testamento, el profeta Samuel transmite una verdad profunda sobre la perspectiva de Dios sobre las intenciones humanas. Cuando Samuel es enviado a ungir a un nuevo rey de Israel, inicialmente asume que el hijo mayor de Jesé, Eliab, es el elegido debido a su impresionante apariencia. Sin embargo, Dios lo corrige, diciendo: "No consideres su apariencia ni su altura, porque lo he rechazado. El Señor no mira las cosas que la gente mira. La gente mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón" (1 Samuel 16:7, NVI). Este pasaje destaca que Dios prioriza la condición de nuestros corazones sobre las apariencias externas, enfatizando el valor de nuestras intenciones internas.
De manera similar, el rey David, a pesar de sus muchos defectos, a menudo es referido como "un hombre conforme al corazón de Dios" (1 Samuel 13:14). Esta designación subraya que el profundo y genuino deseo de David de seguir y honrar a Dios era primordial a los ojos de Dios, incluso cuando sus acciones a veces no estaban a la altura. El arrepentimiento sincero de David y sus intenciones sinceras de buscar el perdón y la guía de Dios fueron aspectos cruciales de su relación con Dios.
En el Nuevo Testamento, Jesús amplifica aún más la importancia de las intenciones en sus enseñanzas. Durante el Sermón del Monte, Jesús aborda explícitamente el tema de las intenciones. Enseña que la justicia no se trata solo de cumplir externamente con la ley, sino también de la pureza interior del corazón. Por ejemplo, en Mateo 5:21-22, Jesús dice: "Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: 'No matarás', y cualquiera que mate será sujeto a juicio. Pero yo les digo que cualquiera que esté enojado con su hermano será sujeto a juicio." Aquí, Jesús equipara albergar ira con cometer asesinato, ilustrando que las intenciones detrás de nuestras acciones son críticamente importantes.
Además, Jesús enfatiza la importancia de las intenciones en asuntos de adoración y caridad. En Mateo 6:1-4, advierte contra practicar la justicia delante de otros para ser vistos por ellos, diciendo: "Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de otros para ser vistos por ellos. Si lo hacen, no tendrán recompensa de su Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des a los necesitados, no lo anuncies con trompetas, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por otros. Les aseguro que ya han recibido su recompensa en pleno. Pero cuando des a los necesitados, no dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto. Entonces tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará." Jesús enseña que el verdadero valor de nuestras acciones radica en la sinceridad de nuestras intenciones en lugar del reconocimiento externo que recibimos.
El apóstol Pablo también aborda la importancia de las intenciones en sus cartas. En 1 Corintios 13, a menudo referido como el "Capítulo del Amor", Pablo describe elocuentemente la supremacía del amor como un principio rector para la conducta cristiana. Escribe: "Si hablo en lenguas humanas o angélicas, pero no tengo amor, no soy más que un gong resonante o un címbalo que retiñe. Si tengo el don de profecía y puedo entender todos los misterios y todo el conocimiento, y si tengo una fe que puede mover montañas, pero no tengo amor, no soy nada. Si doy todo lo que poseo a los pobres y entrego mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, no gano nada" (1 Corintios 13:1-3). Aquí, Pablo subraya que incluso las acciones más extraordinarias son insignificantes si no están motivadas por un amor genuino y compasión.
La Biblia también proporciona numerosos ejemplos de individuos cuyas intenciones fueron fundamentales en su relación con Dios. Un ejemplo de esto es la historia de Ananías y Safira en Hechos 5:1-11. Esta pareja vendió una propiedad y trajo parte de las ganancias a los apóstoles, pretendiendo donar la cantidad total. Su intención era engañar y ganar reconocimiento, pero Pedro, lleno del Espíritu Santo, expuso su engaño. Como resultado, tanto Ananías como Safira cayeron muertos. Este relato dramático sirve como un recordatorio contundente de que a Dios le preocupa profundamente la autenticidad de nuestras intenciones.
Otro ejemplo instructivo se encuentra en la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos, relatada en Lucas 18:9-14. Jesús cuenta de dos hombres que fueron al templo a orar. El fariseo se paró solo y oró: "Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres: ladrones, malhechores, adúlteros, o incluso como este recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy una décima parte de todo lo que obtengo." En contraste, el recaudador de impuestos se quedó a distancia, no se atrevía ni a levantar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: "Dios, ten piedad de mí, un pecador." Jesús concluye: "Les digo que este hombre, y no el otro, volvió a su casa justificado ante Dios. Porque todos los que se exaltan serán humillados, y los que se humillan serán exaltados." Esta parábola ilustra que Dios valora la humildad y el arrepentimiento sincero sobre la autojusticia y las demostraciones externas de piedad.
La importancia de las intenciones también se refleja en el concepto del "Gran Mandamiento" que Jesús articula en Mateo 22:37-40. Cuando se le pregunta cuál es el mandamiento más grande de la Ley, Jesús responde: "'Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.' Este es el primer y más grande mandamiento. Y el segundo es semejante: 'Ama a tu prójimo como a ti mismo.' Toda la Ley y los Profetas dependen de estos dos mandamientos." Estos mandamientos enfatizan que nuestras intenciones primarias deben ser amar a Dios de todo corazón y extender ese amor a los demás. La autenticidad de nuestro amor por Dios y nuestros vecinos es la base de una vida cristiana genuina.
Además de las enseñanzas bíblicas, la literatura cristiana y los escritos teológicos también han explorado la importancia de las intenciones. Por ejemplo, en su obra clásica "La Imitación de Cristo", Tomás de Kempis escribe: "El hombre ve la acción, pero Dios conoce la intención. La intención con la que se hace una cosa es lo que la hace buena o mala." Esta declaración refleja el principio bíblico de que la calidad moral de nuestras acciones está determinada por las intenciones detrás de ellas.
John Bunyan, en su alegoría "El Progreso del Peregrino", ilustra el viaje de un cristiano llamado Peregrino que busca llegar a la Ciudad Celestial. A lo largo de su viaje, Peregrino encuentra varios personajes y desafíos que ponen a prueba sus intenciones y su determinación. La narrativa de Bunyan enfatiza que la pureza de las intenciones de Peregrino y su compromiso inquebrantable de seguir el camino de Dios son cruciales para su éxito final.
En conclusión, la Biblia enseña inequívocamente que las intenciones son de suma importancia a los ojos de Dios. Si bien nuestras acciones son significativas, están profundamente entrelazadas con las motivaciones y deseos de nuestros corazones. Dios nos llama a cultivar intenciones puras, basadas en el amor, la humildad y un sincero deseo de honrarlo. A medida que nos esforzamos por alinear nuestros corazones con la voluntad de Dios, recordamos que la verdadera justicia fluye de la autenticidad de nuestras intenciones, reflejando el poder transformador de la gracia de Dios en nuestras vidas.