La predicación es un término que abarca más que simplemente dar un discurso o sermón en un entorno de iglesia. Es un acto profundo y sagrado que implica proclamar la Palabra de Dios a una congregación o audiencia, con la intención de enseñar, exhortar e inspirarles a vivir de acuerdo con los principios de la fe cristiana. Para entender completamente la predicación, debemos profundizar en sus fundamentos bíblicos, sus propósitos y las cualidades que hacen que la predicación sea efectiva.
Desde un punto de vista bíblico, la predicación está profundamente arraigada en las Escrituras. La palabra griega para predicación, "kerygma", se refiere a la proclamación del evangelio. En el Nuevo Testamento, vemos numerosos casos donde Jesús y sus apóstoles se dedicaron a predicar. Por ejemplo, en Marcos 1:14-15, se registra que Jesús comenzó su ministerio predicando la buena nueva del Reino de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!" Esto establece el tono de lo que fundamentalmente trata la predicación: anunciar la buena nueva de Jesucristo y llamar a las personas al arrepentimiento y la fe.
El apóstol Pablo también enfatiza la importancia de la predicación en 1 Corintios 1:17-18, donde afirma: "Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, no con sabiduría y elocuencia, para que la cruz de Cristo no se vacíe de su poder. Porque el mensaje de la cruz es locura para los que se pierden, pero para nosotros que somos salvos es poder de Dios." Aquí, Pablo subraya que la esencia de la predicación no está en la sabiduría o elocuencia humana, sino en el poder del mensaje del evangelio en sí.
La predicación cumple varios propósitos críticos dentro de la comunidad cristiana. En primer lugar, es un medio de comunicar la Palabra de Dios. En 2 Timoteo 4:2, Pablo exhorta a Timoteo a "predicar la palabra; estar preparado a tiempo y fuera de tiempo; corregir, reprender y animar, con mucha paciencia y cuidadosa instrucción." Este versículo destaca la naturaleza multifacética de la predicación: implica enseñar, corregir, reprender y animar a los creyentes. La predicación no se trata solo de impartir conocimiento, sino también de moldear las vidas morales y espirituales de los oyentes.
Otro propósito de la predicación es edificar el cuerpo de Cristo. En Efesios 4:11-13, Pablo explica que Cristo dio a algunos para ser apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros "a fin de capacitar a su pueblo para la obra del servicio, para que el cuerpo de Cristo sea edificado hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser maduros, alcanzando la medida de la plenitud de Cristo." La predicación juega un papel vital en este proceso de equipar y edificar la iglesia, ayudando a los creyentes a crecer en su fe y madurez.
Además, la predicación sirve como un medio de evangelización. La Gran Comisión en Mateo 28:19-20 ordena a los creyentes "ir y hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado." La predicación es una forma principal a través de la cual el evangelio se comparte con aquellos que aún no han llegado a la fe en Cristo. Es a través de la proclamación del evangelio que las personas escuchan el mensaje de salvación y se les da la oportunidad de responder en fe.
Sin embargo, la predicación efectiva requiere más que solo una comprensión clara de sus propósitos. Exige ciertas cualidades y prácticas del predicador. Una de las cualidades más importantes es una relación profunda y personal con Dios. Un predicador debe ser alguien que pase tiempo en oración y en el estudio de las Escrituras, permitiendo que el Espíritu Santo guíe e ilumine su comprensión. Como aconseja 2 Timoteo 2:15, "Haz todo lo posible por presentarte a Dios como un obrero aprobado, que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad." Un predicador debe manejar la Palabra de Dios con cuidado y precisión, asegurándose de que su mensaje sea fiel a las Escrituras.
Otra cualidad clave es la humildad. La predicación no se trata de mostrar el propio conocimiento o elocuencia, sino de señalar a las personas hacia Cristo. Juan el Bautista ejemplificó esta actitud cuando dijo: "Él debe ser más grande; yo debo ser menos" (Juan 3:30). Un predicador debe tener siempre en mente que el enfoque de su mensaje debe estar en Jesús y no en sí mismo.
Además, la predicación efectiva se caracteriza por la claridad y la relevancia. El mensaje debe ser comunicado de una manera que sea comprensible y aplicable a las vidas de los oyentes. Esto implica conocer a la audiencia y abordar sus necesidades y preocupaciones específicas. Jesús a menudo usaba parábolas y ejemplos cotidianos para hacer que sus enseñanzas fueran comprensibles e impactantes. De manera similar, los predicadores de hoy deben esforzarse por conectar las verdades eternas de las Escrituras con el contexto contemporáneo de su audiencia.
La pasión y la convicción también son esenciales en la predicación. Un predicador debe creer de todo corazón en el mensaje que está entregando. Esta pasión es a menudo lo que mueve e inspira a la congregación. Como dijo una vez Charles Spurgeon, un renombrado predicador, "Un sermón sin Cristo como su principio, medio y fin es un error en la concepción y un crimen en la ejecución." El entusiasmo del predicador por el evangelio puede encender un fervor similar en los corazones de los oyentes.
Además, la predicación debe ir acompañada de una vida que refleje el mensaje que se está predicando. La integridad del predicador da credibilidad a su mensaje. Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, les recordó su conducta entre ellos, diciendo: "Vosotros sois testigos, y también Dios, de cuán santa, justa e irreprochable fue nuestra conducta para con vosotros que creísteis" (1 Tesalonicenses 2:10). La vida de un predicador debe ser un testimonio del poder transformador del evangelio.
Además de estas cualidades, la predicación efectiva también implica una preparación cuidadosa. Aunque el Espíritu Santo juega un papel crucial en guiar y empoderar al predicador, esto no niega la necesidad de un estudio y preparación diligentes. Un predicador debe invertir tiempo en entender el texto bíblico, investigar su trasfondo histórico y cultural, y discernir su aplicación para hoy. Esta preparación ayuda a asegurar que el mensaje sea tanto teológicamente sólido como prácticamente relevante.
La predicación también es una actividad comunitaria. No se trata solo del predicador entregando un mensaje, sino de la congregación recibiéndolo y respondiendo a él. La interacción entre el predicador y la congregación es vital. Por eso, la retroalimentación y el compromiso de la congregación pueden ser tan valiosos. Ayuda al predicador a entender cómo se está recibiendo el mensaje y a ajustar su enfoque si es necesario.
En resumen, la predicación es una tarea sagrada y multifacética que implica proclamar la Palabra de Dios con el objetivo de enseñar, corregir, reprender, animar y evangelizar. Está arraigada en el mandato bíblico de compartir el evangelio y edificar el cuerpo de Cristo. La predicación efectiva requiere una relación profunda con Dios, humildad, claridad, relevancia, pasión, integridad, preparación cuidadosa y una comprensión de la naturaleza comunitaria de la tarea. Es a través de la predicación que se comunica el mensaje del evangelio, se transforman vidas y se fortalece la iglesia.